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Semblanza de lluvia
“H ermana lluvia…” Así la llamó el santo de Asís. Todos
los elementos se reconcilian en ella porque todos participan
de ella: aire, agua, tierra… El fuego se rindió a sus encantos
y se hizo humo al contacto de sus dedos livianos.
Oyéndola trastabillar y caer nos reconciliamos todos profundamente
con nosotros mismos.
Parlera, habla el habla de todos los confi nes y parajes y la
traduce al punto al prestigio cirílico de su propio dialecto. Con
las raíces deletrea un extraño alfabeto cuyo oculto sentido confi
arán luego al viento las fl ores de ciruelo y las resinas de pinos
y de abetos.
En su infancia — hace ya mucho tiempo — se hizo aprendiz
de brujo y una vez comenzado su ritual no supo cómo ni
cuando acabar: desbordó todas las cuencas — también las del
mar — ; convirtió los confi nes en un todo continuo; ahogó los
montes; confundió los caminos; y tras bisbisear, gorjear, canturrear
con voz cándida (al principio), tomó prestada la voz del
trueno e hizo con él un dúo de cuarenta días y cuarenta noches
hasta que en el monte Ararat dio un do de pecho insondable,
multiplicado… pidió perdón a lo alto y le fue enviada la paloma
de la paz al bueno de Noé para que contara el cuento.
Desde entonces se hizo humilde y en cualquier ensayo general
de “su puesta en escena” lo mismo hace de prima donna
que de apuntadora que de “extra”.
No obstante, puede ser temperamental y hasta terca, aunque
en el fondo es de índole noble y siempre es fi el a sí misma.
Pero si se decide a dramatizar al máximo su presencia por
aquejarla, de súbito, ramalazos de nostalgias relampagueantes,
entonces hay que clamar al cielo porque puede volver a ocurrir
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