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“El otro lado de la luna”
E l hombre, al superar con la comunicación instantánea los
límites convencionales de tiempo y espacio, simultanea sus
esfuerzos en forma acelerada, lo que le permite establecerse
en términos trascendentes, más allá de su propia contingencia
espacio-tiempo y más allá de las fronteras establecidas como
inviolables e insuperables no hace una generación todavía.
Por consiguiente, la generación que entró en uso de razón
disponiendo de la radio y de la televisión como valores en uso
tan corrientes como la facultad de comunicarse por medio de
la palabra hablada o escrita, tiene a su disposición vías de realización
de un potencial equivalente a varias vidas concentradas
en una sola.
Para que Marco Polo, por ejemplo, pudiera sustanciar su
testimonio de una realidad tan elusiva como atrayente — la
del muy Lejano Oriente de su época — necesitó probablemente
de un tercio de su vida total de adulto, y en la misma medida
quedó mermado su potencial de realización en otras áreas que
— hoy día — hubiera podido haber realizado simultáneamente
a su gran esfuerzo de penetración y captación de otra cultura
ajena a la suya.
En cambio, los astronautas que visitaron la otra cara de la
luna, que la circundaron y nos la entregaron redonda en su total
esfericidad, se realizaron a sí mismos, no ya en su trascendencia
vital, potenciando sus posibilidades de entes sustantivos,
sino en su trascendencia conceptual de un nuevo universo tangible
para ellos y, más aún, nos la hicieron compartir — simultáneamente
también — al común de las gentes que no manejan
por sí mismas valores científi cos de signifi cación tan especial y
mucho menos cósmica.
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