Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

La Media Luna de Mahoma
L a llegada de tres ex presidentes estadounidenses a las
exequias del jefe de Estado egipcio Anwar El Sadat, recién
ultimado en un atentado espectacular, indica con claridad
meridiana la importancia que se le adjudicaba a esa ficha
de poder en el juego a muerte de ajedrez que es el Medio
Oriente. A nadie se le escapa, pues, que este jaque — mate
tiene una connotación de catastrofe para una de las partes
contendientes en el peligroso juego mencionado. Pero, para
quienes contemplamos de lejos el pavoroso destino de los
pueblos débiles frente a la lucha de los intereses hegemónicos
de las grandes potencias, no podemos menos que observar
abismados que las señales que circulan por las potentes
— y a la vez frágiles — venas del petróleo, si se entrecruzan
con signos algebráicos de nominaciones simbólicas (léase
Jerusalen y su santuario islámico) puede producir no sólo
lo inesperado sino lo irreversible. La muerte de Sadat es una
muestra de ello.
La occidentalización de Egipto en términos de alineación
a ultranza parecía, a distancia, un nuevo equilibrio de fuerzas
no necesariamente adverso para muchos. La desaparición del
ejecutor de esa alineación aparece por tanto como un desequilibrio
de esas mismas fuerzas. ¿Es que Sadat llevó su propio
juego tan lejos que lo hizo enemigo irreconciliable de sus amigos
naturales de la región? ¿Es que no tomó en cuenta en sus
decisiones el factor religioso? ¿Es que pretendió prescindir del
conjunto del aval de su propia cultura y de su tradición islámica
para entregarse a intereses extrarregionales?
¿Cuál de esos factores fue decisivo para hacer inevitable su
muerte?
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