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Las semi-diosas que nunca hubo
A través de toda la mitología griega — y nunca hubo una excesivamente
humanizada, no tanto por las virtudes cuanto
por los vicios que exhibían sus dioses y diosas — corre una nervatura
amorosa (erótica), muy signifi cativa y que toca en forma
constante, no sólo las relaciones de los dioses y las diosas entre
sí, sino las de aquéllos y aquéllas con los simples mortales.
De ahí arranca toda la mítica raza de los héroes cuyo dualismo
trágico — precisamente por ser semidioses y a la vez mortales
— los tipifi ca, bien en forma exaltada o bien dejándolos
sucumbir a su destino.
Así, la debilidad de un dios por una simple mortal engendraba,
por ejemplo un Aquiles, con su talón y todo. Y el semidios,
el héroe en potencia, inconforme con su calidad de mortal,
y sintiendo dentro de sí todo el ímpetu necesario para los
grandes logros — dignos de dioses — , se inventa una guerra
de Troya — una más — y le pone sitio y pelea heroicamente y
por supuesto sucumbe… He ahí su razón de ser: sucumbir a su
destino, pero luchando.
Y eso lo justifi ca. Su lucha, pues, justifi ca al semidios, al
héroe.
En el mundo de los antiguos griegos y en el mundo de los
hombres actuales y futuros hace falta siempre una justifi cación.
La mujer, en cambio, tanto en el mundo de los griegos como
en el mundo actual, tal parece que no necesita un destino que la
tipifi que y que la justifi que más allá de sí misma.
¿Por qué?
Porque su destino es ser ella misma. Sin dualismo trágico.
Por eso nunca hubo semi-diosas. Y por eso nunca hubo que
justifi car en ella talones más o menos vulnerables, puesto que
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