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Reloj de Sol
privativos para la relación madre e hijo. O sea hijo y humanidad
representada por la presencia de la madre.
Después vendría el entrenamiento feroz para convertir al
niño en una máquina de guerra. Pero eran así los tiempos que
corrían y la circunstancia histórica requería ese tratamiento
para preservar el Estado espartano. Su gloria, cualquiera que
haya sido, o su desgracia, no nos hace olvidar esa relación primaria
y primera: la de la madre y el hijo. Por el mismo hecho
de ser limitante y limitativa — sólo siete años — esta relación
nos indica cuánta importancia se le concedía a esa etapa nunca
cuestionada. Lo mismo sucedía en la cultura azteca en la cual
se le daba el mismo tratamiento a la población infantil masculina.
Hasta los siete años, el hijo varón permanecía en compañía
femenina. A partir de esa edad ingresaba al templo (teocali)
para entrenarse como guerrero o como sacerdote, según sus
aptitudes. Históricamente, pues, la relación femenina con la
prole — la que había que salvaguardar presentemente — está
consignada en formas específicas en sociedades tan dispares
como pueden haberlo sido dos culturas lejanas en el tiempo y
en el espacio, aunque no lo fueran en el orden de la evolución
social.
Nadie discute — lo contrario sería completamente aberrante
— el papel de la mujer en la procreación y en el cuidado de
la especie. Y sin la supervivencia de la especie, ¿dónde aplicar
todo el progreso de la humanidad?
Condicionamiento de la mujer
Tampoco nadie negará el orden nefasto aplicado a la mujer
en tiempos y en sociedades históricamente computados insisto.
Ese orden nefasto surge de una educación nefasta. El primer
enemigo de la mujer es la mujer misma, producto de una educación
condicionante: “Soy mujer, luego soy débil, inestable,
insegura, inepta, insuficiente, incapaz, etc., etc. Alguien debe
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