Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

El último disfraz
E l imperialismo, como el sempiterno Zeus, padre de todos
los dioses paganos (ay, tan paganos), toma a su guisa una
identidad nueva cuando así conviene a sus intereses o a sus
apetitos tal como hiciera este último cuando se convirtió en
toro para raptar sobre su lomo a la bella Europa o cuando se
hizo cisne para seducir a Leda.
Ahora, en el año recién comenzado, el moderno seductor
y sin la menor traza de timidez — válgannos una vez más los
dioses paganos — ha tomado una nueva identidad: la de comandante
en jefe con nombre y apellidos propios, acta de nacimiento,
y un formidable currículum vitae dentro de las fuerzas
que comanda cuyo nombre es aquel de tan triste recordación:
Atlatan.
El tal comandante — para el caso de igual grado más o menos
— se hace llamar Sigfrido Ochoa, por más señas; viste traje
de campaña, gorra de tela con aire desenfadado (que pretende
ser de fatiga) a la que acompañan para hurtar apenas el rostro
a la publicidad, unos lentes oscuros último modelo (Ray Band
o calobar, para el caso también da igual). Luce además unos
espléndidos kilos de peso de más que lo hacen aparecer poderoso
— además de muy bien nutrido — y que lo asemejan, así
a bulto, a un formidable tanque de guerra lanzado a un rally
de dudosa reputación con competidores pisándole los talones
para ganar la copa olímpica del descaro.
Las fuerzas que comanda (repito, el regimiento Atlatan) se
hicieron tristemente famosas en la matanza que alcanzó niveles
de genocidio de pueblos inermes a los que diezmaron su
población civil de mujeres, ancianos y niños, todavía no hace
un año. Su efi ciencia no se mide por el número de muertos —
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