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Penélope (o el telar)
Breve semblanza a propósito de la pareja humana) I
D esde la remota antigüedad homérica la palabra Pe-né-
lo- pe (con su juego abierto de e-é-e… àtonas y tónicas
combinadas en fácil euritmia) es tanto como decir y nombrar,
más que a una mujer, la acción también combinada de
tejer y destejer… y por extensión tela y telar con todas sus
implicaciones de esfuerzo cotidiano sostenido. Porque en
el mundo griego la acción dramática derivada del ser y del
existir dentro de la condición humana, se entiende cuando
ésta toma perfiles característicos inconfundibles (tejer y
destejer en este caso), se asimila al nombre de su ejecutante,
lo que con todo derecho vendría a representar una síntesis
genial, desde luego, de la acción y de su contrario: deshacer
lo que está haciéndose.
Dentro de la trama donde se inserta el personaje femenino
de ese nombre tan sonoro como simbólico, se sabe que para
poder mantener a raya a los pretendientes a su mano ella se vale
del ardid de destejer de noche el pedazo de lienzo o tela tejido
durante el día ya que no de otro modo podía Penélope evitar
que su túnica nupcial quedara terminada y con ella el plazo
acordado para volver a tomar esposo en sustitución del marido
ausente y presuntamente muerto que era nada menos que Ulises
Odiseo. De ello se desprende que la fi delidad y sobre todo
la lealtad al ausente, equivalía a tener que negarse a sí misma
destruyendo su propia obra porque de llavarla a término el reino
de Itaca estaba llamado a tener otro rey legalizado por efecto
de un nuevo enlace de Penélope con uno de esos pretendientes.
Se colige, por tanto, que el proponerse ella — per se — sostener
como viuda el reinado incólume, por muy fi el que fuera la
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