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Reloj de Sol
Para el santoral de mi infancia hubo Eudosias y Marías, y
Luisas, y Teresas, mujeres recias, pero tiernas; heroicas mujeres
de mineros capaces de engendrar hijos sanos después de tareas
inmisericordes bajo la tierra carbonífera; capaces ellas mismas
de llevar sobre sus hombros miserias y tormentos sin límites en
los tiempos, felizmente superados, cuando era necesario que
los hijos emigraran para salvarlos de más miserias lanzándolos
— púberes apenas — a la aventura de las Indias con cuatro
reglas elementales del honor aprendidas en el hogar más
modesto, pero prendidas con tal raigambre en el alma que con
ellas hacían luego hogares ejemplares en tierras hospitalarias
y manuficientes: Cuba, Santo Domingo, Venezuela, México y
tantas otras convertidas en verdaderas patrias de adopción para
sus mocedades ávidas de un destino mejor, y descanso para sus
huesos venerables cuando llegara la hora del reposo definitivo.
En esta hora, en este día de Asturias en el recuerdo de una
niña de pocos años, rindo homenaje entrañable a todos los asturianos
e hijos de asturianos que celebran en su Santa Patrona
a su patria que está lejana en la distancia, pero no en el amor.
Rindo también homenaje de gratitud a una mujer asturiana,
Aurora García, residente que fuera por largos años de esta
ciudad capital, quien en su propio panteón familiar concedió
hospitalidad definitiva a los restos de mis padres: asturiano él,
cubana ella.
A esa hospitalidad asturiana, generosa e invaluable, dedico
en nombre de mi hermana mayor, y en el mío propio, este testimonio
de acendrado amor a Asturias en el recuerdo y siempre.
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Santo Domingo, 30 de agosto de 1979.