Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

Apuntes para un retrato
C onocer a Guayasamín es conocer las desbordantes posibilidades
del hombre en su dimensión heroica, en la lucha
titánica contra el aislamiento secular y contra el tiempo: al aislamiento
de nuestros países indo-americanos y el tiempo que nos
impusieron culturas no autóctonas, extrañas desde la época de la
conquista. Es también conocer al hombre de nuestra América: la
de Bolívar y Martí. Y es dentro de una circunstancia excepcional,
de excepcional acercamiento, conocer un astro de primera
magnitud en su cenit, partiendo — en un equinoccio fulgurante,
a plomo — la mitad del mundo. Porque Quito está al borde de la
línea ecuatorial que divide al mundo en dos partes iguales.
Nuestro primer encuentro fue de deferente aproximación
portando mensajes de amigos mutuos. Fuimos recibidos con
mucho más que deferencia. Me atrevería a decir que con afecto.
A partir de ahí se produjo la reacción química de la afi nidad
con todas las consecuencias de alborozo y contentamiento, de
mutuo contentamiento. No en balde el viejo Pichincha presidió
el encuentro dispensando con su presencia un protocolo del
más alto vuelo, porque el salón en que se rinde homenaje a esa
presencia es también donde este Picasso americano recibe a sus
amigos y a los amigos de sus amigos dentro de un perímetro
habitacional extraordinario que él mismo diseñó y ha realizado
cuidadosamente durante los últimos años y que oportunamente
serán legados a su país: Ecuador.
Allí estaba el Pichincha, pues, y allí estaba, en persona, desbordante
de sí mismo, personero de una enorme vitalidad, el
pintor inigualable. El hombre síntesis que maneja lo mismo
pinceles y espátulas que sopletes y metales; que esculpe con
sus pinceles dentro de una especie de cubismo sui generis y
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