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Carmen Quidiello de Bosch
No obstante, una elemental prudencia me refrenaría de intentarlo
jamás.
Así, en una sucesión de horas y de días se contabilizan con
brochazos de sombras — sutiles unas, devastadoras otras — las
que silentes ellas mismas, tienen no obstante ecos conmocionantes,
a veces fragorosos, como el del recuerdo del golpe de
Estado que me tocó vivenciar hace hoy exactamente 18 años
compartiendo una dolorosa experiencia que sin embargo no es
fácil de reflejar en unas pocas líneas.
Nadie podía haber supuesto entonces que un golpe de Estado
más — entre los innumerables que ha padecido nuestra
América — fuera más que uno más añadido a la larga serie
prefabricada que ya conocemos. No fue así sin embargo. Lo que
aparecía sin mayores consecuencias por ser incruento — el golpe
en sí mismo — dejaría luego una huella de sangre ancha e
indeleble: la Guerra de Abril, la invasión del territorio nacional
por tropas extranjeras y sus tremendas consecuencias que son
todavía apreciables en la dependencia económica exagerada
que nos fue impuesta.
El cuadrante de esta jornada — la de este aniversario —
atestigua aquélla que no fue precisamente de gloria para esta
amada tierra dominicana.
Lo que es historia no puede ser vaticinio, aunque a veces se
confundan los términos en cómputos globales de aconteceres
colectivos ya que es imposible negar que acciones desproporcionadas
suelen provocar reacciones extremas.
Y puesto que aquí queda concluida esta semblanza muy lejos
del perfil cotidiano, Reloj de Sol hace de ésta una ocasión
para apresurarse a poner en hora su hora. Con el permiso de los
amables lectores.
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