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Carmen Quidiello de Bosch
que si los muertos fueron cientos de miles también fueron cientos
de miles los que quedaron marcados de por vida por el poder
destructor de los artefactos atómicos con cuyo uso comenzó una
nueva Era de la historia humana.
Las madres jóvenes de entonces (yo entre ellas) sentimos la
amenaza de muerte en lo más profundo de nuestro ser… Y la
amenaza de muerte es lo más opuesto que pueda darse al hecho
voluntario o no de la concepción. La pregunta que se desprendía
de esa amenaza no era otra que “¿En qué clase de mundo
nos tocará traer a la vida a nuestros pequeños?
La descripción hecha a la vez con palabras escritas y con
grabados de la capacidad destructora de la energía atómica
dejó en mi ánimo, y pensaba hasta ahora que en el de millones
y millones de personas, la creencia agobiante de que el hombre
había inventado la máquina de muerte llamada a exterminar la
vida en el planeta Tierra, y cada vez que leía noticias sobre el
aumento del poderío atómico en Estados Unidos o en la Unión
Soviética, y de modo especial desde que en 1953 se pasó, en
Estados Unidos, de la energía atómica a la termonuclear, yo me
sentí agobiada por la sensación de que cada uno de los avances
en esa materia nos acercaba al exterminio de la humanidad.
Más aún, el propio científico francés a quien he aludido dijo
que “Todos los científicos que descubrieron y trabajaron en sus
inicios los materiales radioactivos murieron por efectos de éstos”,
y explicó que en el año 1936 se erigió en Hamburgo “un
obelisco en memoria de los científicos y médicos mártires de la
búsqueda del dominio de las radiaciones” y que en ese obelisco
“se esculpieron 110 nombres”.
Ahora bién ¿qué es la radiación?
La radiación es una actividad natural que consiste en la
emisión de energía por moléculas o átomos, pero la ciencia llevó
al hombre a dominar la radiación de tal manera que él la
provoca y la aumenta a su conveniencia hasta el grado de que
pudo fabricar la bomba atómica y la termonuclear o de hidró-
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