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Cantinela para celebrar un “ismo”
S omos, si algo somos, en gran medida fruto del optimismo;
como el fruto del cacao – por ejemplo — pende directamente
del tronco, la especie hombre pende (depende) de un
optimismo inicial que lo hizo alzarse en dos pies, erguirse en
toda su estatura, mantenerse en ella, mirar y marchar de frente
en vez de seguir con la vista clavada en el suelo para continuar
pastando como los animales inferiores.
Con optimismo usó la piedra como su primer instrumento
(contundente, eso sí, además); se ingenió para inventar la honda
con la que lanzaría esa piedra más lejos a fi n de proveerse
de lo que necesitaba y se encontraba más allá del alcance de
su estatura o de la velocidad de desplazamiento de sus pies y
piernas.
Más adelante con pericia — que es una forma de optimismo
— dió en hacer las celebérrimas pinturas rupestres en cuevas y
cavernas que le servirían para anticipar la caza a modo de ritual
propiciante y para asegurarse a través de ellas su abundancia
y factibilidad. También con ese optimismo levantó su primera
choza; la recubrió de aquellos elementos que juzgó menos
deleznables, y luego… más luego… construyó santuarios, mezquitas,
templos, catedrales, e incorporó a su optimismo inicial
el optimismo del “más allá absoluto”.
Gracias a él, cuando se acomete una construcción — aparte
de cuidarnos de echar buenos cimientos — sabemos que nada
lograría estabilidad y estatura sin treparse también sobre otro
fundamento ni mágico ni casual aunque sí igualmente indispensable:
el optimismo bien entendido porque la construcción
por sí sola encararía tarde o temprano la ruina si no se le diera
— mediante el optimismo- una dimensión permanente y con-
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