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Ariadna y su hilo
S in presuntuosas citas eruditas vamos a referirnos hoy por
hoy a Ariadna y a su hijo, no tanto por el personaje en sí,
a pesar de su indiscutible encanto, sino para hacer del mismo
un mero punto de partida, tal vez un pretexto para desenvolver
(junto con ese hilo) un tema subyacente en muchas de las
horas que marcan este inquisitivo Reloj de Sol: aquél de la vigencia
de la entidad femenina como tal, no ya en la historia
sino en las raíces mismas de la cultura universal o sea en la
mitología (minoico-cretense en este caso) que recoje la clave
y la trascendencia de una entidad que aunque movida por una
pasión primaria hacia Teseo, el héroe griego, devendrá — una
vez trasladada a la isla de Naxos — en deidad vegetal para compartir
en el correr del tiempo, junto con Dionisios, un destino
de perpetuo retorno.
Como se sabe, Ariadna, hija del famoso Rey Minos, quedó
prendada de Teseo, el héroe griego que debía correr junto con
los mejores donceles y doncellas de su raza el amargo destino
de ser entregados como ofrenda a la ferocidad del Minotauro
(mitad hombre y mitad toro), cuyo furor había que calmar
de tanto en tanto con ese horrible sacrifi cio. Cuenta la leyenda
que introducido Teseo al Laberinto, cuya entrada conducía a
la muerte segura porque no había modo de salir de él — ya
que nadie había jamás encontrado la salida — . Para salvar a su
amado no le quedaba a Ariadna más que dar con la clave para
que Teseo lograra salvarse; ésto es, para que hallara la salida del
Laberinto.
Para ello le entregó a Teseo subrepticiamente el célebre hilo
entretejido con joyas (que yo interpreto como otras tantas prendas
de amor) para que a medida que fuera avanzando lo fuera
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