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Carmen Quidiello de Bosch
contacto de los pueblos se multiplicaba, con lo que, de una u otra
forma, se fue dejando atrás el aislamiento de las comunidades
que iban creciendo y constituyéndose poco a poco en centros de
progreso. Asimismo, el régimen de los feudos fue empobreciéndose
por falta de mano de obra suficiente — debido a la peste
entre otras cosas — y se fueron constituyendo las nacionalidades
alrededor de un monarca absoluto. Bien es verdad que por razones
de baronías y privilegios se había llegado a extremos tan
odiosos de destrucción — provocando matanzas y abusos — que
de toda esa locura devino la necesidad de reducir la parcelación
de poderes — de intereses en conflicto — de manera tal que las
nacionalidades fueran creando un orden superior al que era necesario
adscribirse para progresar y sobrevivir.
Es decir, de un siglo tal con tales lacras y de la necesidad de
superarlas salió y evolucionó la caracterología del siglo XV que
habría de ser para Europa, específicamente, un siglo de progreso
y esplendor en todo sentido.
Para darle coherencia a este comentario sobre el siglo calamitoso
visto en “El Espejo Distante” de la Sra. Tuchman, debemos
explicar aquí que la peste negra había estado azotando
según rumores desde el año anterior (1346) en China, Asia
Central (el país Tártaro), India, Persia, Mesopotamia, Siria,
Egipto y toda el Asia Menor, y es oportuno señalar que el barco
que introdujo el contagio había salido del puerto de Caffa, hoy
Feodosiya, en las orillas del Mar Negro.
El mal se propagó con enorme virulencia y terrible rapidez
por Italia, Alemania, los Países Bajos, Francia, Inglaterra y los
países Escandinavos hasta llegar a Islandia y Groenlandia. Así,
pues, un eje de desastre atravesó todos los territorios desde la
India hasta los países boreales. Rusia y Bohemia, que habían
sido respetados durante cierto tiempo, no tardaron en caer
dentro de la férula del terrible mal.
Como un punto de referencia hay que hacer notar que dentro
de las murallas de Avignon — la ciudad de los Papas — se
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