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Nuestro vecino el Flamboyán
En ocasión de celebrarse el Día del ambiente (1980)
A l cruzar la calle, pero centrado en perspectiva en el marco
de nuestro balcón, casi para nuestro disfrute exclusivo,
año por año, y para junio, fl orece el fl amboyán, nuestro vecino.
Es tal el ímpetu que pone en ello que si al mundo de nuestro
entorno le fallara por una causa fortuita toda otra posible comprobación
del tiempo universal y local sería fácil retomar el ritmo
del calendario gracias a su sola vista en esta época del año.
Así de puntual y de exacto es nuestro vecino.
El flamboyán es el estandarte de belleza de cada junio,
de cada año. Sus ramas florecidas son un estallido de color
en la luz y de la luz en el color. Existe una tal afinidad entre
ambos elementos que no se sabe a ciencia cierta qué sirve
a qué para lograr esa calidad precisa en el preciso tono de
rojo que nos regala su presencia, que por otra parte, elude
toda posibilidad de descripción y que, sin embargo, es una
presencia ineludible, avasalladora, como lo es el calor — la
reverberación del aire — en que se produce el milagro estallante
de cada año.
La recurrencia — a la inevitabilidad de la ocurrencia — nos
sorprende siempre. La belleza en presente nos deslumbra. El
recuerdo de la misma belleza del pasado año nos conmueve…
El gozo de esa misma emoción estética presentida en el junio
venidero nos exalta.
El trópico es gracias al fl amboyán una síntesis vital, no un
concepto intelectual contrapuesto a otras nociones contrastantes.
Es un ahora vegetal urgente, intenso, de un impacto
estético tan fuerte que nos vuelca la sensibilidad hacia afuera
en un grito de asombro, de gratitud por este acontecer coti-
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