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Reloj de Sol
lo adquirió el hombre primitivo al inhalar el aroma de un fruto
en su plena sazón…
¿Por qué? Porque en ese aroma pudo anticipar y seguramente
percibió no sólo la realidad total aún antes de que lo
tocaran sus labios. En ese aroma — vehículo para la síntesis
sensorial de tal fruto — percibió la totalidad de su maravilla
y tuvo además, la certeza de otros muchos e idénticos frutos,
iguales y repetidos, contenidos a su vez en la piel de otro fruto
mayor: el tiempo, prometedor de todos los paraísos.
Así, a un nivel intelectual — no ya emocional — un elemento
externo — aroma — actuando sobre un elemento interno:
la capacidad de síntesis implícita en un concepto, le rinde
al primer hombre la sensación de totalidad y de continuidad de
una realidad más completa que aquélla que un instante antes
tenía del mundo que lo rodea.
Ese concepto de “futuro” le permite trascender a su condición
de “estar” es decir, le permitirá — en función intelectual
elemental — planear, prever… en fin, realizarse en la trascendencia
que surge de la capacidad de situarse más allá de su circunstancia
inmediata.
De esta manera, aquel ser primitivo inscrito ya al mundo
de la Naturaleza donde cumple su vida instintiva y que por vía
de la emoción estética quedó adscrito al mundo de la Belleza —
trasmutado en un ser sustantivo, capaz de recrearse en lo bello
y capaz por ende de crear Belleza — completando el proceso
que se inició con la primera emoción estética, queda trascrito
al mundo de la creación artística donde busca trascender y
trasciende.
Paralelamente, por vía de la capacidad de síntesis de la que
emerge — a nivel intelectual — el concepto… realiza el valor
intangible pero exacto de “futuro” y a través de esa valoración
nueva trasciende también él mismo.
Siguiendo esta línea de pensamiento — admitido ya el pecado
de extrema subjetividad — es de creerse que el hombre en
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