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La hora pico del horror
E n la antigua ley hebrea y en la islámica la respuesta de “ojo
por ojo y diente por diente” era, en verdad, una fuerza
compulsiva para reducir en forma extrema los desmanes del
primitivismo latente en sociedades que todavía no habían alcanzado
un cierto grado de evolución. Allí donde las normas
no habían dulcifi cado la convivencia para hacerla más civilizada
y coherente — que fue, desde luego, la función del cristianismo
— la fuerza compulsiva de la venganza previamente
aceptada en términos equiparables a la ofensa venía a ser un
muro de contención que siendo tan feroz cumplía una función
social de arbitrio in extremis.
En nuestro medio, apenas en una semana comprendida entre
los últimos días de marzo y los primeros de abril, vemos
con horror que los crímenes pasionales hacen ola y al parecer
no hay ley ni hebraíca, ni islámica, ni cristiana, ni de ningún
orden que impida de alguna manera la repetición de hechos
sangrientos cuyas víctimas son siempre mujeres de una u otra
condición pero especialmente del sector popular. Los celos suelen
ser el pretexto de tales desmanes, pero la verdad subyacente
en estos hechos de sangre es la terrible confusión que hay en los
roles de prevalencia y dominio que se exige a sí mismo el varón
con respecto a la mujer.
Unas cuantas líneas anónimas en que se involucra la conducta
de una pobre mujer basta para condenarla irremisiblemente.
No hay apelación posible, ni explicaciones, ni autoridad
moral alguna para que medie en lo que no pasa de ser una
sospecha atizada por mentes enfermas y criminales. El saldo,
desde luego, es un cadáver, pero las víctimas son los hijos y la
sociedad misma que se ve ofendida y estragada por quienes se
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