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Dos periplos de gran aliento
E n este angustioso y peculiar tiempo de Cuaresma, cuando
los aires de marzo rastrean como lebreles inquietos sagradas
tradiciones de larga data que se enlazan — un tanto misteriosamente
— con acontecimientos de la más viva actualidad, vemos
cómo en el escenario mundial se mueven con determinación y
bravura, cada cual a su aire, dos fi guras de primer rango, y lo
hacen desplazándose alrededor de la superfi cie del globo cada
uno exactamente en sentido contrario al del otro.
A no dudar, cada una de estas fi guras sienten sobre sí, sobre
sus hombros, nada frágiles por cierto, el destino de la humanidad
como en todo, tal como en otra Cuaresma, en otro
marzo que marcó el inicio de nuestra Era, el Hijo del Hombre
sintió pesar sobre su frágil contextura humana el destino de
sus semejantes, y en especial el destino de quienes Él llamó
con tanto amor como sabiduría, “la sal del mundo”: los pobres.
La dialéctica histórica se sirve hoy, más que nunca, de dos
entidades robustas: una al servicio de las tradiciones del mundo
occidental — que él representa — y cuyo eje central (moral)
sería la conciencia individual en relación a su creador; la otra
fi gura, al servicio de una necesidad histórica: el imperativo impostergable
de ir en socorro de millones de seres degradados en
su condición humana por efecto de la indigencia total en que
se hallan.
Una de esas dos entidades, envueltas en sus albas vestiduras
papales, cruza raudo por aire el mar océano — siempre hacia
occidente — , invoca el derecho a la libre conciencia de los
hombres, pero llega demasiado tarde para que docena y media
— un contingente segado en fl or — de jóvenes patriotas ni-
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