Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

Carmen Quidiello de Bosch
Todo esto sin contar con que, hasta como simple ama
de casa, debía la mujer venezolana adecuarse y competir en
muchos terrenos para poder brillar como una anfitriona impecable
allí donde las imposiciones de orden ambiental eran
(son) sumamente exigentes y demandantes. Debía ella ser,
además, la preceptora de sus hijos porque el padre, generalmente
demasiado ocupado no podía darles la mejor atención
posible. Debía ser también secretaria, consejera, confidente
de su marido a la hora de conflictos de negocios, políticos o
de cualquier tipo. Era, asimismo, relacionadora pública honoris
causa, embajadora y representante social del hogar y de
su familia. Ella, en realidad — un tronco de mujer, como allí
se dice — era en muchísimos aspectos la figura central y determinante
de la familia aunque con gran tacto no lo aparentara.
Sin gran esfuerzo podemos hacer extensivo todo esto, por
supuesto, a la mujer latino-americana en general, que ha ido
enfrentando los cambios acelerados que se produjeron a partir
del incipiente desarrollo de las economías de nuestros países
y de las turbulencias sociales y políticas de todo tipo sin tener
todavía “procesadas” con sus propias experiencias sucesivas las
tradiciones elaboradas en las metrópolis imperiales e impuestas
por las capas dirigentes de los países europeos, por ejemplo.
¿Cómo pudo ella asimilar (casi adivinar) y transmitir en
el lapso de una o dos generaciones lo que -aún de habérselo
enseñado, que no fue ese el caso — habría sido una tarea descomunal?
Entre las clases populares no podemos ignorar la enorme
capacidad de iniciativa de la mujer que corre pareja con su
consistencia, que la hace superar sus propias limitaciones para
desde trabajos humildes y mal remunerados hacerse cargo de
“darles carreras a los hijos”, lo cual — en proporción impresionante
— logran contra todos los cálculos de probabilidades
derivados del simple razonamiento lógico.
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