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Reloj de Sol
pectativa en la sala es como un arco mayúsculo — tensado por
300 voluntades — que acogerá las flechas, esto es, las palabras
que allí se entregan para ser usadas en su momento y lugar una
vez que estos asistentes regresen a sus tierras de origen.
Para conocer las ponencias ya previamente registradas se
forman las comisiones de trabajo. Todo será estudiado y sopesado
como corresponde a tan significativo evento. Todo
quedará sedimentado y estructurado en una declaración final
que ha sido motivo de sendos comentarios despachados por las
agencias internacionales de noticias y que por ser ya de público
dominio no es del caso repetir aquí.
Las cuatro fechas que separan la inauguración del cierre
son de intenso trabajo para los participantes. En los pasillos se
suceden las entrevistas, las grabaciones, los abrazos, los reencuentros,
las bienvenidas. El ambiente es de verdadera confraternidad.
La responsabilidad de estas doctas personas es
también mayúscula, pero calibrándose mutuamente — desde
siempre — saben que su lucha es ardua y a perpetuidad. El
talento que confiere una dignidad permanente también implica
una responsabilidad indeclinable. Por eso se han hecho aquí
presentes. Intercambian sus obras, renuevan los lazos de la
comprensión y de la esperanza compartida de un mundo mejor.
Ese mundo mejor no será por cierto un regalo de los dioses.
Será hecho a la medida del esfuerzo de todos. Ellos lo saben y
por eso han dicho presentes.
El acto del cierre es un punto y seguido. Tiene un contenido
de futuro. A él nos remitimos para terminar.
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