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Viñetas de viaje
(Rumania: “Los primeros siete años”)
N uestra visita a Rumania estuvo presidida en todo momento
por el signo de una feliz comprensión, de una afi nidad
especial con lo que el país — su cultura sobre todo — ofrece al
visitante.
La sorpresa del idioma hablado — casi comprensible y en
muchos casos hasta adivinable — porque sus raíces y estructuras
básicas están dominadas por una derivación “romance”
de la lengua latina que nos es común, nos llena de un alborozo
singular, como el que podría sentir quien se encuentra inopinadamente
con un tesoro que no le es ajeno y que por tanto tiene
derecho a compartir.
Instalados en esa casi comprensión del idioma — despojados
de la incómoda sensación de extranjerismo a ultranza —
penetrados por el bienestar de haber encontrado además una
reminiscencia de nuestra niñez cuando conocimos a una Europa
infl uida todavía por la arquitectura — los trazados de las
ciudades — y los decorados “muy a la vuelta del siglo” anteriores
a la pre-guerra de 1914, nos encontramos en Bucarest perfectamente
“at-home”, y como si el tiempo se hubiera detenido
en una bella tarjeta postal de las enviadas por nuestros padres
a sus parientes — y atesorados en álbumes caros — durante su
legendario viaje de novios.
El hotel, en pleno centro de la capital, hermosamente tradicional,
queda precisamente frente al Palacio de la Música
(Bellas Artes), cuyo domo a pesar de ser abombado y casi redondo,
gracias a sus proporciones no deja de ser esbelto. Y se
constituye en un “amor a primera vista” y el punto de referencia
para situarnos con vistas al retorno a nuestro hotel una vez que
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