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Reloj de Sol
dirigida: al público norteamericano medio (ayuno de nuestras
propias experiencias), el cual, por estar condicionado por sus
propios medios publicitarios, no acepta material crudo para
su dieta informativa sino material predirigido y asimilable si
los protagonistas, como en este preciso caso, son norteamericanos.
Sin ser el de Costa-Gavras un tratamiento aséptico, es un
tratamiento de aproximación cuidadosa (de tanteo). El horror
del uso y abuso de la fuerza está dado en forma general sin
enfocar el detalle de la tortura y de la muerte (al menos, no al
momento de producirse en las cámaras de tortura y de muerte
sino en los tiroteos hechos a mansalva en contra de la ciudadanía
indefensa). Pero lo que más impacta, ilustra y convence,
es la participación en el golpe de un poder, de un Estado que
supuestamente es el campeón y el ejemplo absoluto (el modelo)
de democracia a nivel mundial.
Decimos Estado, aunque la película por razones obvias se
refiere a la administración de turno, lo cual se revela y enfatiza
en tomas sabiamente dispuestas para que aparezca el retrato del
entonces Presidente Nixon en los despachos de su enviado personal
(el embajador en funciones) así como en otras dependencias
de menor grado donde se mueven funcionarios tan cautos
como manipuladores de la realidad envolvente (el propio golpe)
y las fuerzas coaligadas — criollas y extranjeras — que lo
hicieron posible, incluídos los agentes más o menos encubiertos
actuando como instigadores y enlaces del golpe producido
por las tres armas (aire, mar y tierra) del ejército local.
Con una “candidez” que aterra, los funcionarios en cuestión
manipulan a sus propios conciudadanos — el padre y la
esposa de la víctima Charilie Horman (nombre cambiado) —
en tal forma que apetece salirnos de nuestros asientos para irles
a tomar cuenta por la malignidad hipócrita que los lleva
a hablar de “esfuerzos infinitos” para esclarecer el misterio de
la desaparición de la víctima lo cual no obsta para hacer citas
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