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Reloj de Sol
le valerse el simple uso de la fuerza magnificado por el poder
agregado de la propaganda para justificar lo injustificable: la
agresión del más fuerte contra el más débil.
Cierto es que el lazo vital de cualquier latinoamericano contemporáneo
que abarque más de cincuenta años de vida consciente
como el caso de la autora de estas líneas, nunca ha faltado
en el mapa político que nos es propio la presencia simultánea
de varios dictadores del más rancio estilo patibulario fruto del
atraso político, social y económico de nuestros pueblos.
Pero lo que hace aún más amarga esa realidad es que el gran
poder del norte jamás ha fallado en ofrecer apoyo a las dictaduras
más cruentas por cuanto es a través de ellas que ha derivado
siempre las facilidades máximas para explotar las riquezas de
nuestros países destinadas a un mercado tan voraz como monopolista.
Después de Gerardo Machado en Cuba, de Juan Vicente
Gómez en Venezuela, de Jorge Ubico en Guatemala, de Maximiliano
Hernández Martínez en El Salvador, caben también en
mi memoria como un pocker de ases nefando que se renueva
en el área como una apuesta maldita, las figuras contemporáneas
que fueron Rojas Pinilla en Colombia, Pérez Jiménez en
Venezuela, Batista en Cuba, Trujillo en la República Dominicana
sin olvidar al feroz y tenaz Stroessner en el Cono Sur y los
respectivos Somoza y Duvalier en el área del Caribe. El caso
de Pinochet en Chile sirve para expresar una versión último
modelo de tal espécimen.
Cabe preguntar a estas fechas y siempre: ¿A cuál de esos
energúmenos les falló o le falla la ayuda y el apoyo irrestricto
de la democracia americana?
Pero, a lo que parece, la gran democracia americana sólo es
sensitiva — y crea por ello anticuerpos — en el caso de un tipo
de régimen surgido de una revolución en armas que responda
a la contingencia — a la emergencia más bien — de heredar
una situación con características caóticas después que una
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