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Reloj de Sol
cualquier medio!; debería ser el eje, y no transversal (aunque
también así), de la educación de esos que consideramos seres
humanos (¿no lo son?). Pero…
Sí, es una utopía.
Las escuelas están, y hasta en niveles universitarios (no me
atrevo a decir superiores); pero, para indudable desgracia, hay
muy poco en ellas de ese material que fortalecería a una sociedad
mejor (como verdadero fruto de la civilización), no sólo
basada en frío conocimiento, si no también, y más, en cálida
calidad sensible.
Después de leer esto (alimento de espíritu), da un poco de
miedo y hasta asco volver a lo que ya no es sorpresa: la pedestre
cotidianidad de escritores por mandato y necesidad de manutención
(flotando con derecho al botín al margen de las actividades
importantes), que ni siquiera conocen los “qué”, “cómo”,
“cuándo”, “dónde” y “por qué” precisados mínimamente por su
información.
Creo que ya no debo decir más; ¡silencio!; me temo que he
caído en la irritación, y no mía, del lector (y casi estoy seguro
de que era eso lo que quería).
Más delante de mi punto final, justamente, está el tesoro,
esperando por ustedes.
Pero dejo (¡un tantico más; ¿será que no me puedo estar
tranquilo?!) el siguiente pensamiento, no exactamente como
tarea, sino como fructífera bacteria que encontrará en este peculiar
“Reloj” que se ocupa del Padre Sol y de su hermoso
tiempo, su caldo de cultivo:
“Si es verdad la poesía, la expresión de una avidez pura ante
la belleza y la realidad sabihonda de cándida mente niña…
este conjunto, sin duda, es una joya. De no, ¡cuánto bien nos
haría que lo fuera!”
Iván García Guerra.
10 de Febrero del 2008.
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