Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

Carmen Quidiello de Bosch
hay una conciencia clara del problema de la niñez dominicana,
tan vasto que sobrepasa con creces sus más denodados esfuerzos,
salta a la vista que el déficit a enjugar, el margen a tratar
de cubrir recae o debería recaer dentro de la responsabilidad
ciudadana, en tanto las estructuras sociales evolucionan cumplidamente.
¿Por dónde empezar, pues?
Obviamente por hacer conciencia — conciencia mayoritaria
y actuante — de cuál o cuáles flagelos son los más acuciantes
por sus devastadores efectos, cuáles los más demoledores
del capital humano — de futuro — que representa la niñez en
nuestro país.
Categóricamente podemos establecer que el hambre tiene
el triste privilegio de sobresalir entre todos… El hambre, esa
fiera diminuta y perversa que desata el progresivo aniquilamiento
del ser humano en cualquier edad pero que se ensaña
sobre todo en las criaturas de menos años.
De cifras redondas que nos suministra gentilmente el Dr.
Hugo Mendoza desde su cátedra, traemos aquí el dato de encuestas
hechas en el año 1974 (Encuesta Diagnos, 1974) con el
método de muestreo y en base a estadísticas serias podemos
indicar que padecemos una mortalidad infantil de 100 niños
por cada mil.
Para esos cien niños el hambre habría sido un ingrediente
decisivo en el fatal desenlace por cuanto disminuye las posibilidades
de que esas tiernas víctimas pudieran vencer sus dolencias.
En niños menores de cinco años el hambre está presente
en nuestras clases desfavorecidas en proporción de 70 al 75 por
ciento en las regiones más castigadas y en 60 por ciento en las
menos castigadas.
Hay un consenso general establecido a partir de los estudios
del doctor Traviotto y sus colaboradores, de México y Guatemala
(aplicables por supuesto a nuestra niñez), que indica que
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