Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

Carmen Quidiello de Bosch
tes oficiales” recojan la iniciativa que proviene de quienes no se
sabe cómo conservan todavía la voluntad, no ya de luchar sino
de estar vivos en una sociedad que tolera — por influencia, si
no por otra cosa — el que se ensaña contra lo más apreciado, lo
más débil, lo más entrañable de esa misma sociedad: el niño.
No es que estemos negándole a la población americana
— como pueblo — todas las virtudes que caben a lo largo de
su historia pasada y las que puedan desarrollar en el futuro.
Es que abruma pensar que quienes se erigen hoy por hoy —
como nación — en juez inapelable de otras formas de vida
que no sean las suyas propias — el modo de vida americano —
lo hagan sin que antes emprendan la tarea ingente de sanear su
sociedad en forma consistente y deliberada (masiva) para minimizar
los niveles de violencia interna que ella misma genera
dentro de una supuesta “libertad” que no deja de ser tolerancia,
de una permisividad que no deja de ser culpable.
Por ello el Día del Niño Desaparecido próximo a instituirse,
más que una señal de partida para alertar a la opinión pública
en aquella nación se nos revela como un punto fijo oprobioso,
como un estigma tatuado cruentamente en la sensibilidad de
esta época donde tantas cosas son violentadas por violencias
impuestas que se generan precisamente en Estados Unidos.
Desde nuestros criterios (llamémosles subdesarrollados, si
se quiere), la necesidad de instituir el Día del Niño Desaparecido
se nos revela como algo perfectamente inexplicable… ¿Por
qué no instituir mejor el Día del Niño Recuperado, el día del
niño Reaparecido, o mejor aún del jamás desaparecido?
La opulencia de que tanto alardea esa sociedad debería hacer
imposible que se institucionalice el día de una calamidad de
ese orden porque debería proveer los medios para evitarla, los
estímulos para prevenirla, la autoridad para impedirla, la moral
para hacerla imposible, la decisión para erradicarla.
¡AHORA! *No. 968* 10 DE JUNIO DE 1982
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