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Reloj de Sol
La intrigante capacidad del hombre de contemplar a través
del tiempo finito — el suyo — el tiempo total y universal —
cósmico — es también otra expresión del infinito.
Esto me retrotrae, insensiblemente, a un espectáculo para
mí inolvidable que tuve la fortuna de presenciar en una audición
especial sobre el arte hindú que se ofrecía hace todavía
pocos años en los salones de la UNESCO en su sede central
(Paris). Se trataba de un recital de baile y música clásicos. El
exotismo quedaba reducido a la mínima expresión porque se
trataba de un grupo de virtuosos tanto de la música como de
la danza: un grupo muy reducido, por cierto. Su condición de
virtuosos los alejaba pues de toda afectación, de todo afán exhibicionista.
(se trataba de artistas verdaderos, no de showmen
ni de showwomen). El recital se componía de dos partes: uno
haciendo énfasis en la música improvisada con cítaras de diversos
tamaños y formas que pulsaban mujeres y hombres y de
otra parte dedicada al baile aunque naturalmente acompañado
de los músicos del mismo grupo que incluía para mi asombro
a alguno de solistas.
La capacidad de improvisación dentro de pautas tradicionales
de una riqueza impresionante, no puede ser descrita en unas
breves líneas y menos por una neófita. Sólo trato de transcribir
aquí la impresión directa e inolvidable que enriquece aún hoy
mi recuerdo… Ahí estaba — en la música — el ser colectivo de
una raza y una cultura milenarias. Después vino la danza: una
danza (un estar) universal sí es que existe o existe de alguna
manera en alguna parte.
La figura central — estática por breves momentos — nos
revela una tesis: la condición permanente del tiempo (el ser
universal). Luego la figura aparece como desdoblándose y nace
— a través de la danza — el espacio con sus cuatro puntos cardinales,
impresionándose a través de una sola bailarina que
abarca con su capacidad de expresión totalizadora los valores
tiempo-espacio y que integra a la danza no sólo sus propios
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