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Carmen Quidiello de Bosch
ese acontecer piadoso que se afirma no obstante en un instrumento
pagano: el latín de las letanías latinas para servir a un
credo eminentemente judío que en su día permeó toda la cuenca
vacía que dejaba el caudal empobrecido del mundo pagano.
En Sevilla, en el esplendor de tapicería viva tejida en pasos
de cofradías y con colores de retablo de maravillas conviven el
mundo mozarabe y el judeo-cristiano. Hilos metálicos, telas de
hebras nobles, diversas modas en tintas multicolores fuertes o
inconsútiles que se mezclan para animarse en cantos y rezos.
Y para que nada falte está presente también la tragedia griega
en el sacrificio del Cordero. Pero en Sevilla lo religioso se impone.
Y ahora volteemos la hoja…
Buscando el contraste y por inclinación natural hacia el
goce de valores inmediatos necesarios en un momento dado
— los valores jocundos de la existencia — , el trabajo, el descanso,
la fiesta, la convivencia elevada a la categoría de esplendor,
aunque sea efímero, buscamos y encontramos en otra región —
también en España — un sedimento diferente, un espectáculo
diferente, pero dentro de otra tradición constante con la que
hemos apuntado antes.
Llegar a Valencia y a su capital un 19 de mayo es llegar a
una dimensión soleada, primaveral empeñada en otro tipo de
celebración: el de las fallas que podemos sintetizar como momentos
— extraños altares — dedicados a un culto milenario:
el del fuego, y también al trabajo en común y al goce colectivo.
Así como en Sevilla los barrios y cofradías vuelcan sus recursos
para competir en el desbordamiento de la tragedia que
conforma toda la trascendencia del credo cristiano — la pasión
y muerte de Cristo — , en Valencia (capital) los barrios y
gremios de artesanos, depositarios de una rica tradición en los
oficios diversos, compiten en fasto y en larguezas para levantar
unos monumentos gigantes y en caricaturescos alusivos a la
vida de la comunidad y muy elaborados — hechos en serrines
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