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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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FORMALIDAD<br />

I<br />

En el amplio estudio del Banco Orsani, el viejo empleado Carlo Bertone, con la<br />

papalina en la cabeza, las gafas en la punta de la nariz, como para expulsar de los orificios<br />

nasales aquellos pelos grises que le asomaban, estaba haciendo un cálculo muy difícil, de<br />

pie, frente al alto escritorio, donde había un grueso libro maestro abierto. Detrás de él,<br />

Gabriele Orsani, muy pálido y con los ojos hundidos, seguía la operación, incitando de<br />

vez en cuando con la voz al viejo empleado, a quien, a medida que la suma aumentaba,<br />

parecía faltarle el ánimo para llegar hasta el final.<br />

—Estas gafas… ¡malditas! —exclamó de pronto, con un arrebato de impaciencia,<br />

haciendo saltar con un dedo las gafas de la punta de la nariz al libro de registro.<br />

Gabriele Orsani estalló en una carcajada.<br />

—¿Qué te hacen ver estas gafas? ¡Pobre viejo mío! Cero, venga, cero, cero…<br />

Entonces Bertone, fastidiado, cogió el libro grueso del escritorio:<br />

—¿Me quiere dejar ir allá? Aquí, con usted, que hace esto y lo otro, créame, no es<br />

posible… ¡Se necesita calma!<br />

—Bravo, Carlo, sí —aprobó Orsani irónicamente—. Calma, calma… Y mientras<br />

tanto —añadió, indicando el registro—, te llevas contigo este mar en tempestad.<br />

Se fue a estirarse sobre una tumbona cerca de la ventana y encendió un cigarro.<br />

<strong>La</strong> cortina celeste, que mantenía la habitación en una penumbra grata, se hinchaba a<br />

cada hálito que llegaba de la costa, de modo que el fragor del mar que rompía en la playa<br />

entraba más fuerte con la súbita luz.<br />

Antes de salir, Bertone le propuso a su jefe que recibiera a un «curioso» señor que<br />

estaba esperando; mientras él solucionaría, en paz, aquella complicada cuenta.<br />

—¿Curioso? —preguntó Gabriele—. ¿Y quién es?<br />

—No sé: espera desde hace media hora. Lo envía el doctor Sarti.<br />

—Que pase, entonces.<br />

Entró, poco después, un inquieto hombrecito de unos cincuenta años, con el pelo gris,<br />

peinado con raya al medio. Parecía un autómata, a quien alguien hubiera dado cuerda para<br />

que hiciera aquellas reverencias y aquellos gestos tan cómicos.<br />

Manos, aún tenía dos; ojos, uno solo; pero quizás él estaba convencido de que<br />

aparentaba tener aún dos, gracias a un monóculo que cubría el ojo de cristal, que simulaba<br />

querer corregirle aquel pequeño defecto de la vista.<br />

Le presentó a Orsani su tarjeta, que así decía:<br />

LAPO VANNETTI<br />

Inspector de la<br />

105

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