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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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del rincón de la habitación, se ha divertido sobresaltándome, con una broma de sombras.<br />

Después de haber dormido un buen rato con el rostro hacia la pared, al girarme casi<br />

me he despertado y he tenido la momentánea impresión de que alguien estaba sentado en<br />

el sillón.<br />

Enseguida he pensado en ti. Pero, ¿por qué me he asustado?<br />

¡Ah, si pudieras realmente, incluso como un fantasma, mostrarte, por la noche; si<br />

pudieras venir aquí a hacerme compañía!<br />

Claro, si pudieras, te irías a ver a tu mujer, ¡ingrato! Pero ella te cerraría la puerta en<br />

la cara, ¿sabes? O se escaparía del susto. Y entonces vendrías aquí, para que te consolara,<br />

y yo sentado como ahora detrás de la mesa, y tú enfrente, conversaríamos, como en los<br />

bellos tiempos… Haría que encontraras cada noche una buena taza de café —y tú,<br />

bebedor de café, juzgarías quién lo hace mejor, tu mujer o yo—, la pipa y el diario. Así<br />

leerías tú solo el diario; porque yo, sabes, no hay manera: no aguanto, lo he intentado<br />

tantas veces y he tenido que dejarlo siempre enseguida.<br />

Me he consolado pensando que si yo, vivo, puedo proseguir sin ello, con más razón<br />

podrías hacerlo tú, ¿no es verdad?<br />

Dime que sí, te lo ruego.<br />

Volviendo esta mañana del cementerio, he oído que me llamaban por Via Nazionale:<br />

—¡Señor Aversa! ¡Señor Aversa!<br />

Me giro; era el nieto del notario Zanti, uno de aquellos jóvenes que tú (no sé por qué)<br />

llamabas disolutos. Me estrecha la mano y me dice:<br />

—¡Pobre señor Gerolamo! ¡Qué pena!<br />

Cierro los ojos y suspiro. Y el joven:<br />

—Diga, señor Tommaso, ¿y la mujer… la viuda?<br />

—Llora, pobrecita.<br />

—¡Me lo imagino! Hoy mismo cumpliré con mi obligación de…<br />

Momito, tu mujer recibirá muchas visitas de pésame. ¿Y si fuera fea y vieja?<br />

Ninguna.<br />

Incluso a costa de parecer cruel, es necesario que te acostumbre a estas noticias. Con<br />

el paso del tiempo, temo que te daré noticias peores. <strong>La</strong> <strong>vida</strong> es triste, amigo mío, y quién<br />

sabe cuántas y qué amarguras nos prepara.<br />

Es medianoche. Duerme en paz.<br />

III<br />

¡Qué bufones, amigo mío, qué bufones!<br />

Esta mañana han venido a verme el señor Postella y aquella montaña de carne que él<br />

tiene el coraje de llamar su mitad. Han venido a verme, dice, para aclarar la carta que ayer<br />

me escribió tu mujer.<br />

¿Entiendes lo que hace tu cuñado? Primero escribe de aquella manera y luego viene a<br />

aclarar.<br />

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