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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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LA TÍA MICHELINA<br />

Cuando el viejo Marruca murió, su sobrino —a quien llamaban Marruchino— tenía<br />

unos veinte años y estaba a punto de irse a la mili.<br />

¡Un recluta: un, dos, pobre Marruchino!<br />

El tío, sin hijos del primer matrimonio, le había cogido tanto cariño que, una vez<br />

viudo, no había querido que volviera con su hermano, de quien era hijo; es más,<br />

justamente por el niño, aún pequeño y necesitado de cuidados maternales, se había casado<br />

de nuevo, aunque fuera ya un anciano. Sabía que nunca tendría hijos propios. Era<br />

vigoroso y bien plantado, como un árbol que da sombra pero no frutos, y siempre se había<br />

ocupado en demostrar que la falta de frutos no dependía de su escaso vigor. Por eso había<br />

elegido una segunda esposa jovencísima. Y no se había arrepentido de la elección.<br />

<strong>La</strong> tía Michelina, de carácter plácido y dócil, enseguida se había sentido cómoda en<br />

aquella casa de campesinos enriquecidos, donde todo tenía el olor de las abundantes<br />

provisiones cotidianas que llegaban del lejano campo, y la sólida cuadratura de la antigua<br />

<strong>vida</strong> patriarcal. Se había mostrado satisfecha por el marido, aunque este fuera mucho<br />

mayor que ella, y muy amorosa con el sobrinito.<br />

Ahora este sobrinito había crecido: tenía veinte años. Y ella, que aún no había<br />

cumplido cuarenta, se consideraba vieja.<br />

Ambos lloraron mucho: la tía Michelina lloraba al marido y Marruchino al tío, que —<br />

hombre juicioso—, había dispuesto en el testamento que la conspicua propiedad de bienes<br />

(casas y fincas) se traspasara al sobrino y que el usufructo le correspondiera a la mujer<br />

durante toda su <strong>vida</strong>. A condición, se entiende, de que no volviera a casarse.<br />

Marruchino (en realidad se llamaba Simonello) partió para servir a la patria con los<br />

ojos aún rojos de llanto. Lloraba en parte por aquel servicio a la patria y en parte por su<br />

tío.<br />

Como una buena madre, la tía Michelina le dio ánimos; le encomendó que pensara<br />

siempre en ella y que le escribiera si necesitaba cualquier cosa, porque inmediatamente lo<br />

contentaría, ella que se quedaba sola ​—¡amarga!— para cuidarle la habitación, la cama, el<br />

armario y todo lo demás, tal como lo había dejado.<br />

Cuando Marruchino se fue, la tía Michelina se entregó completamente a la<br />

administración de las fincas y de las casas, como un hombre.<br />

En los últimos tiempos Marruchino se había ocupado de la administración, porque el<br />

tío no podía a causa de su edad. Había dejado los estudios muy pronto, no por falta de<br />

ingenio, sino por lo contrario: tenía demasiado, según su tío. En verdad, no había manera<br />

de hacerle entender que le podría ayudar saber qué habían hecho los otros hombres en la<br />

Tierra desde el principio de los tiempos. Marruchino sabía bien lo que él haría. ¿Por qué<br />

meterse en los asuntos de los demás? ¿Los otros lugares del mundo? ¿Cuáles? ¿América?<br />

Nunca iría allí. ¿África? ¿Asia? ¿Cuántas montañas existían? ¿Ríos, lagos, ciudades? ¡Le<br />

bastaba con conocer el pedacito de tierra donde Dios había querido que naciera!<br />

¿Se podía ser más ingenioso?<br />

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