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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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No creía que esta tarea piadosa tuviera que resultarle difícil: Ortensia, vamos, no<br />

tenía que estar demasiado afligida por aquella desgracia; Motta era, sí, un buen hombre,<br />

pero un tanto molesto y mucho más viejo que ella.<br />

Pero se quedó consternada al encontrar a su amiga, después de diez días de la<br />

desgracia, completamente inconsolable. Supuso que el marido la había dejado en tristes<br />

condiciones financieras. Y con cortesía se arriesgó a preguntar.<br />

—¡No, no! —se apresuró a contestar Ortensia, entre lágrimas—. Pero, entenderás…<br />

¿Qué? ¿Toda aquella pena, en serio? Lina Fiorenzo no la entendía. Y quiso<br />

confesárselo a su marido.<br />

—¡Eh! —dijo Bartolino, encogiéndose de hombros, rojo como una gamba frente a<br />

aquella especie de inconsciencia de la mujer, sin embargo tan sabia—. A fin de cuentas,<br />

digo… Se le ha muerto el marido…<br />

—¡Vamos, ahora! Marido…—exclamó Lina—. ¡Casi podía ser su padre!<br />

—¿Y te parece poco?<br />

—¡No era ni padre, además!<br />

Lina tenía razón. Ortensia lloraba demasiado.<br />

En los tres meses de noviazgo de Bartolino, la señora Motta había notado que el<br />

pobre joven se turbaba a menudo por la facilidad con la cual su prometida hablaba, en su<br />

presencia, de su primer marido; se turbaba porque no conseguía ver coherencia alguna<br />

entre la memoria —viva, continua, persistente— que ella conservaba de él y el hecho de<br />

que ahora se casara con él, Bartolino. Había hablado de ello en casa, con su tío, y este<br />

había intentado tranquilizarlo, diciéndole que —al contrario— aquella era una prueba de<br />

franqueza por parte de su futura esposa: no tenía que ofenderse, porque precisamente el<br />

hecho de que ella se casara de nuevo tenía que darle la certeza de que la memoria de<br />

aquel hombre ya no tenía raíces en el corazón de ella, sino solo en su mente, si podía<br />

hablar del pasado sin escrúpulos, incluso frente a él. Después de este razonamiento,<br />

Bartolino no se había calmado. Ortensia lo sabía bien. Además, ahora ella tenía razón<br />

para creer que la turbación del joven, por aquella así llamada franqueza de su mujer,<br />

después del viaje de novios, se había intensificado. Por eso, al recibir el pésame de los<br />

dos novios, había querido mostrarse inconsolable, no tanto con Lina cuanto con<br />

Bartolino.<br />

Y Bartolino Fiorenzo se quedó tan simpáticamente impresionado por aquel dolor de<br />

la viuda, que por primera vez osó contradecir a su mujer, que no quería creer aquella<br />

pena. Y le dijo, con el rostro ardiendo:<br />

—Pero tú también, perdona, has llorado cuando murió…<br />

—¿Qué tiene que ver? —lo interrumpió Lina—. En primer lugar, el finado era…<br />

—Aún joven, sí —dijo Bartolino, para no permitir que lo dijera ella.<br />

—Y además, yo —retomó ella—, he llorado, he llorado, es verdad…<br />

—¿No mucho? —arriesgó Bartolino.<br />

—Mucho, mucho… ¡Pero, al final, con razones! Créeme Bartolino, todo aquel llanto<br />

de Ortensia es exagerado.<br />

Bartolino no quiso creerlo. Es más, Bartolino sintió una rabia más áspera, después de<br />

ese discurso, no tanto contra la mujer, sino contra el difunto Taddei, porque entendía bien<br />

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