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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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En sus conversaciones vespertinas, Barbi y Pagliocco habían definido juntos el<br />

feminismo como una cuestión esencialmente económica. Sí, porque las mujeres,<br />

pobrecitas, habían entendido bien la razón por la cual, día tras día, les resultaba más<br />

complicado encontrar marido. <strong>La</strong> frustración de su aspiración natural, la necesidad de<br />

sofocar su agitada necesidad instintiva, las había exasperado y les hacía desvariar un<br />

poco. Pero toda aquella revolución ideal contra los así llamados prejuicios sociales, todas<br />

aquellas prédicas fervorosas por la así llamada emancipación de la mujer, ¿qué eran en el<br />

fondo sino una desdeñosa mascarada de la necesidad fisiológica, que gritaba por debajo?<br />

<strong>La</strong>s mujeres desean a los hombres y no lo pueden decir, pobrecitas. Y querían trabajar<br />

para encontrar marido. Era un remedio sugerido por el sentido común natural. ¡Pero, ay<br />

de mí, el sentido común es enemigo de la poesía! Y las mujeres también lo entendían: es<br />

decir, entendían que una mujer que trabaje como un hombre, entre hombres, fuera de<br />

casa, ya no es considerada por la mayoría de los hombres como la mujer ideal, y se<br />

rebelaban contra esta manera de considerarlas, que frustraba su remedio, y lo llamaban<br />

prejuicio.<br />

Ahí estaba la injusticia. ¿Era un prejuicio suponer que la mujer, trabajando<br />

continuamente con los hombres, se volvería demasiado masculina? ¿Era un prejuicio<br />

prever que la casa, sin los cuidados —constantes, inteligentes, amorosos— de la mujer,<br />

perdería aquella poesía íntima y querida, que es para el hombre el mayor atractivo del<br />

matrimonio? ¿Era un prejuicio suponer que la mujer, cooperando en la manutención de la<br />

casa, ya no profesaría por el hombre aquella devoción y aquel respeto, que a él tanto<br />

complacen? ¿Este respeto era injusto?¿Y por qué, entonces, la mujer quería tanto ser<br />

respetada? ¡Vamos, vamos! Si el hombre y la mujer no habían sido hechos por la<br />

naturaleza de la misma manera, era señal de que el hombre tiene que hacer una cosa y la<br />

mujer otra, y que entonces no pueden ser pares, iguales.<br />

Nunca jamás Barbi y Pagliocco se casarían con una mujer emancipada, empleada y<br />

dueña de sí misma. No porque quisieran a una mujer esclava, sino porque les importaba<br />

su dignidad masculina y no sabrían tolerar que esta, frente a las ganancias de la mujer,<br />

disminuyera hasta lo mínimo. Crear una familia, además, con el escaso sueldo de<br />

secretario, sería una verdadera locura; por tanto, nada: ni pensaban en ello.<br />

Bien radicados en estas ideas, los dos amigos pensaron resistirse, pero, por miedo a<br />

ofender a su jefe, no se atrevieron a huir y continuaron frecuentado los viernes del<br />

caballero Cargiuri-Crestari.<br />

Después de tres meses, la araña negra que, de vez en cuando, subía hasta el borde del<br />

paraguas japonés para espiar a los dos amigos, se puso tísica, se convirtió en una<br />

vestimenta seca, murió de tedio, en la vigía. Los dos amigos no le habían dado más<br />

materia para aquella baba que la seguía, ellos también se habían entristecido<br />

profundamente; jugaban a las damas apáticos; ya no hablaban entre ellos.<br />

Parecía que uno quisiera hacerle advertir al otro el vacío de su existencia, nunca antes<br />

percibido.<br />

Pero ninguno de los dos quería ser el primero en hablar.<br />

Una noche, al fin, empezaron a hablar, y cada uno repitió las palabras que el otro<br />

tenía en la punta de la lengua desde hacía tiempo, porque a ambos les habían llegado de la<br />

misma fuente: del caballero Cargiuri-Crestari, quien había considerado oportuno echarles<br />

un rapapolvo en secreto, así, como quien no quiere la cosa, hablando en general de los<br />

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