20.09.2017 Views

La vida desnuda - Luigi Pirandello

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

soltero! Los amigos, en la juventud, se burlaban de él por eso. Pero, ¿qué podía hacer? No<br />

le gustaba cambiar. Quizás… sí, quizás no sabía cómo hacerlo. Porque, era inútil negarlo,<br />

era tímido con las mujeres, tan tímido que a veces provocaba compasión, incluso a sí<br />

mismo, por lo incómodas que le resultaban algunas situaciones. Y su mujer, mientras<br />

tanto, montaba ciertas escenas; ciertas escenas que, si sus amigos de antaño estuvieran<br />

detrás de la puerta oyendo, se morirían de la risa. Con pretextos tan fútiles, además: una<br />

vez, porque, distraído, se había rizado un poco los bigotes por el camino; otra porque, en<br />

sueños, se había reído; una tercera porque ella había leído en la crónica de sucesos de un<br />

diario que un marido había engañado a su mujer y había sido descubierto…<br />

Cada noche, la lectura del diario era un suplicio. Su mujer se le ponía tras la espalda y<br />

buscaba, como un perro perdiguero, los hechos escandalosos en la crónica de sucesos. En<br />

cuanto encontraba uno:<br />

—¡Aquí! ¡Lee aquí! ¿Has leído? ¿Has visto de qué sois capaces?<br />

Y venga con una sarta de palabrotas.<br />

Los demás hacían el mal y él tenía que pagar los platos rotos, ya que, para la mujer, la<br />

traición de aquellos maridos era como si la hubiera cometido él: le quitaba la paz, el amor<br />

de ella, todas las alegrías de la familia, que también tenía derecho a disfrutar, honrado<br />

como era y teniendo la conciencia tan tranquila. Aquella mujer odiaba al género humano,<br />

tanto a los hombres como a las mujeres, por aquella terrible enfermedad suya. El pobre<br />

Piovanelli se sorprendía al oírla hablar de las mujeres, de las cosas de las cuales eran<br />

capaces, según ella.<br />

—Tú no lo sabes, ¿verdad? —le gritaba desdeñosa, irritada, al verlo tan sorprendido<br />

—. Eso, hazte el tonto, pedazo de imbécil. Pero te lo digo yo, que puedo hablar<br />

francamente, porque nadie puede sospechar de mí y no necesito hacerme la hipócrita,<br />

como todas las demás, para agradar a los señores hombres. ¡Te lo digo yo!<br />

¡Y cuántas le decía! Pobre Piovanelli, se sentía violado en su timidez.<br />

Ahora él, que siempre había guardado la discreción más respetuosa hacia su mujer;<br />

él, que nunca se había permitido ningún exceso ni atrevimiento; él, que siempre había<br />

creído muy difícil cada conquista amorosa, se sentía acechado por todos lados e iba por la<br />

calle cabizbajo, y si una mujer lo miraba, bajaba los ojos enseguida; si una mujer le<br />

apretaba un poquito la mano, se ponía de mil colores.<br />

Todas las mujeres de la tierra se habían convertido en una pesadilla: todas ellas<br />

enemigas de su paz.<br />

III<br />

Con este ánimo, se puede imaginar lo que fue la muerte para la señora Piovanelli<br />

cuando, sorprendida por una violenta pulmonía, la vio inexorable ante sí, con poco más<br />

de treinta y seis años. Al no poder hablar, hablaba con la mirada, con las manos. ¡Hacía<br />

unos gestos! Y ponía unos ojos de bestia enfadada.<br />

El pobre Piovanelli, aunque dolido, tuvo miedo: realmente temió que ella quisiera<br />

estrangularlo, cuando le lanzó los brazos al cuello y se lo apretó, se lo apretó, por la<br />

Virgen santísima, con toda la fuerza que le quedaba, como si quisiera arrastrarlo abajo, a<br />

286

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!