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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Por otro lado, las piernas casi no se ven, debajo del vestido.<br />

Solo Dios sabe cuánto sufre Clementina para hacer andar a aquellas piernas. Y sigue<br />

sonriendo. <strong>La</strong> pena es también acrecentada por el esfuerzo que ella pone en no vacilar<br />

tanto, para no hacerse notar demasiado entre la gente. No podría pasar inadvertida. Es<br />

deforme. Pero avanzando así, con una cierta lentitud, y además modesta, y sonriendo…<br />

Alguien, de vez en cuando, se muestra cruel: la observa, tal vez con expresión de<br />

compasión, y después la examina por el otro lado, como si quisiera a toda costa averiguar<br />

cómo puede caminar con aquellas piernas. Clementina, viendo que su acostumbrada<br />

sonrisa no consigue desarmar aquella curiosidad despiadada, se sonroja por el enfado,<br />

baja la cabeza; a veces, tras perder el control por poco no tropieza y se cae, y entonces,<br />

molesta, casi se levantaría el vestido y le gritaría a aquel cruel desconocido: «Aquí tienes:<br />

¿lo ves? Y ahora déjame seguir siendo deforme en paz».<br />

En este barrio aún no es conocida. Clementina ha cambiado de casa hace pocas<br />

semanas. Donde vivía antes todos la conocían y nadie la molestaba. En breve será así,<br />

aquí también. ¡Se necesita paciencia! Está muy contenta con la nueva casa, que se<br />

encuentra en una pequeña plaza tranquila y limpia. Trabaja de la mañana a la noche, con<br />

cortesía y maestría, confeccionando saquitos y cajas para bodas y nacimientos. Su<br />

hermana (Clementina tiene una hermana, se llama <strong>La</strong>uretta, cinco años menor que ella:<br />

pero… ella está recta, ¡eh!, y es ágil y muy hermosa, rubia, florida) trabaja de modista en<br />

una tienda; se va cada mañana a las ocho y vuelve por la noche, a las siete. Entre ellas, las<br />

dos hermanas se han cuidado como una madre, la una a la otra; antes Clementina a<br />

<strong>La</strong>uretta, ahora, en cambio, <strong>La</strong>uretta a Clementina, aunque sea menor de edad. ¡Pero si la<br />

mayor, por desgracia, se ha quedado como una niña de diez años!… ¡<strong>La</strong>uretta ha<br />

adquirido tanta experiencia en la <strong>vida</strong>! Si no estuviera ella…<br />

A menudo Clementina la escucha con la boca abierta.<br />

Jesús… ¡qué cosas le cuenta!<br />

Y entiende ahora que con aquellos dos pies torcidos nunca podrá entrar en el mundo<br />

misterioso que <strong>La</strong>uretta le deja entrever. No siente envidia, pero sí un vago temor y como<br />

un enternecimiento angustioso, de piedad por sí misma. <strong>La</strong>uretta, un día u otro, se lanzará<br />

de cabeza a aquel mundo hecho para ella, y entonces, ¿cómo se quedará la pobre<br />

Clementina? Pero <strong>La</strong>uretta la ha tranquilizado, le ha jurado que nunca la abandonará,<br />

incluso si se casa.<br />

Y ahora Clementina piensa en el futuro marido de <strong>La</strong>uretta. ¿Quién será? ¿Cómo se<br />

conocerán? Por la calle, tal vez. Él la mirará, la seguirá; luego, una noche, se le acercará.<br />

¿Y qué se dirán? Ah, cómo debe ser de gracioso tener novio.<br />

Con los ojos perdidos en el vacío, sentada en la mesa junto a la ventana, Clementina,<br />

fantaseando así, no sabe decidirse a empezar el trabajo organizado en la mesa. Mira<br />

afuera… ¿Qué mira?<br />

Hay un joven, un hermoso joven, con el pelo y la barba rubios y largos, sentado<br />

detrás de una ventana de la casa de enfrente, con los codos apoyados en el antepecho y la<br />

cabeza entre las manos.<br />

¿Es posible? Los ojos de aquel joven la están mirando fijamente, con una intensidad<br />

extraña. Está pálido… ¡Dios, qué pálido está! Tiene que estar enfermo. Clementina lo ve<br />

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