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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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había para reír si ella, que se sentía armada para una conquista, probaba las armas<br />

dándose aquellos aires?<br />

<strong>La</strong> noche anterior Cocò le había dicho que había llegado por fin el momento de<br />

pensar seriamente en su condición.<br />

Didì había abierto los ojos completamente.<br />

¿Su condición? ¿Qué condición? ¿Había que pensar en sus asuntos, y además<br />

seriamente?<br />

Después de la primera sorpresa había estallado en una gran carcajada.<br />

Conocía a una sola persona adecuada para pensar en su propia condición y en la de<br />

todos ellos: doña Sabetta, su niñera, quien era llamada doña Bebé o doña Bé, como le<br />

decía ella para ir más rápido. Doña Bé pensaba siempre en sus asuntos personales.<br />

Investida, empujada, arrastrada por ciertos ímpetus furibundos e imprevistos, la pobre<br />

fingía lloriquear y, rascándose la frente con ambas manos, gemía:<br />

—¡Oh, bendito el nombre de Dios, déjeme pensar en mis asuntos, señorita!<br />

¿Ahora Cocò la confundía con doña Bé? No, no la confundía. Cocò, la noche<br />

anterior, le había asegurado que precisamente estos benditos asuntos existían y eran<br />

serios, muy serios, como aquel vestido largo, de viaje.<br />

Desde que era niña, al ver que su padre iba cada semana y, a veces, incluso dos veces<br />

por semana a Zùnica y oyéndolo hablar del feudo de Ciumìa y de las azufreras de Monte<br />

Diesi y de otras azufreras y fincas y casas, Didì siempre había creído que todos esos<br />

bienes le pertenecían al padre, miembro de la baronía de los Brilla.<br />

En cambio, eran propiedad de los marqueses Nigrenti, de Zùnica. Su padre, el barón<br />

Brilla, era solamente el administrador judicial. Y aquella administración que había<br />

procurado durante veinte años el amplio bienestar del cual ellos dos, Cocò y Didì, habían<br />

disfrutado siempre, se acabaría en unos pocos meses.<br />

Didì había nacido y crecido en aquel bienestar; tenía poco más de dieciséis años, pero<br />

Cocò ya tenía veintiséis y conservaba una clara, aunque lejana, memoria de las graves<br />

dificultades que el padre había sufrido antes de ser convertido, gracias a una serie de<br />

engorros, en administrador del inmenso patrimonio de aquellos marqueses de Zùnica.<br />

Ahora existía sin duda el peligro de volver a caer en aquellas dificultades que, aunque<br />

menores, parecerían más duras después de la riqueza. Para impedirlo era necesario que se<br />

realizara, completa y perfectamente, el plan de batalla ideado por su padre y del cual<br />

aquel viaje constituía el primer movimiento.<br />

En verdad, no era precisamente el primero. Cocò ya había ido a Zùnica con su padre,<br />

tres meses atrás, de exploración. Se había quedado quince días y había conocido a la<br />

familia Nigrenti.<br />

Dicha familia se componía, salvo errores, de tres hermanos y una hermana. Salvo<br />

errores, porque en el antiguo palacio en la cima del pueblo también había dos viejas<br />

octogenarias, dos tías abuelas. Cocò no sabía bien si eran Nigrenti, es decir, hermanas del<br />

abuelo del marqués, o si eran hermanas de la abuela.<br />

El marqués se llamaba Andrea, tenía casi cuarenta y cinco años y, al término de la<br />

administración judicial, sería el heredero mayor, según las disposiciones testamentarias.<br />

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