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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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de mi padre! Quiso ponerme aquí a la fuerza: yo he hecho lo que debía hacer: tabula rasa,<br />

¡que no se hable más del tema!<br />

—No, no se desespere, ahora… —dijo Bertone, conmovido—. Bueno, el estado de<br />

las cosas… ¡Déjeme explicarle!<br />

Gabriele Orsani puso las manos sobre los hombros del viejo empleado:<br />

—¿Pero qué quieres decir, viejo mío, qué quieres decir? Tiemblas. No así, ahora;<br />

antes, antes, con la autoridad que te otorgaban estos pelos blancos, tendrías que haberte<br />

opuesto a mí, a mis proyectos, aconsejarme, en aquel entonces, tú que sabías lo inepto<br />

que soy para los negocios. ¿Ahora quieres que me haga ilusiones, en estas condiciones?<br />

¡Me inspiras piedad!<br />

—¿Qué podía yo?… —dijo Bertone, con lágrimas en los ojos.<br />

—¡Nada! —exclamó Orsani—. Ni yo tampoco. Necesito echarle la culpa a alguien,<br />

no me hagas caso. Pero, ¿es posible? ¿Yo, yo, aquí, en los negocios? Si todavía no sé ver<br />

cuáles han sido, en el fondo, mis errores… Además de este último de la construcción del<br />

plano inclinado, al cual me he visto obligado con el agua en el cuello… ¿Cuáles han sido<br />

mis errores?<br />

Bertone se encogió de hombros, cerró los ojos y abrió las manos, como para decir:<br />

¿de qué sirve ahora?<br />

—Más bien, los remedios… —sugirió con voz opaca, de llanto.<br />

Gabriele Orsani estalló de nuevo en una carcajada.<br />

—¡El remedio lo sé! Coger mi viejo violín, el que mi padre me quitó de las manos<br />

para condenarme a permanecer aquí, en esta grata diversión, e irme como un ciego, de<br />

puerta en puerta, a tocar sonatas para conseguir un trozo de pan para mis hijos. ¿Qué te<br />

parece?<br />

—Déjeme decirle —repitió Bertone, entornando los ojos—. Al final, si podemos<br />

superar estos próximos plazos, restringiendo, naturalmente, todos, todos los gastos<br />

(también aquellos… ¡perdóneme!… de casa), creo que… al menos durante cuatro o cinco<br />

meses podremos mantener los compromisos. Mientras tanto, deje pasar el tiempo…<br />

Gabriele Orsani sacudió la cabeza, sonrió; luego, suspirando profundamente, dijo:<br />

—¡El tiempo, el tiempo, viejo mío, es un fantasma que quiere crearme ilusiones!<br />

Pero Bertone insistió en sus previsiones y salió del estudio para terminar de redactar<br />

el cuadro completo de las cuentas.<br />

—Se lo demostraré. Permítame un momento.<br />

Gabriele se fue otra vez a la tumbona al lado de la ventana y, con las manos<br />

entrelazadas detrás de la nuca, se puso a pensar.<br />

Nadie sospechaba nada, pero para él ya no había duda alguna: unos meses más de<br />

expedientes desesperados y luego llegarían el fracaso y la ruina.<br />

Hacía veinte días que no salía del estudio, como si esperara, al pasar, alguna<br />

sugerencia del estante del escritorio, de los gruesos libros de caja. Pero la violenta e inútil<br />

tensión mental poco a poco disminuía, contra sus esfuerzos, la voluntad se le atontaba y<br />

se daba cuenta de ello solamente cuando, al final, se encontraba atónito y absorto en<br />

pensamientos ajenos, lejanos al asiduo tormento.<br />

Entonces volvía a lamentar, con exasperación creciente, su ciega y pasiva obediencia<br />

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