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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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LA COZ<br />

Apenas el mozo de cuadra salió de la caballeriza, blasfemando más de lo habitual,<br />

Fofo se dirigió a Nero, su recién llegado compañero de comedero, y suspiró:<br />

«¡Lo he entendido! Gualdrapas, lazos y penachos. ¡Empiezas bien, querido mío! Hoy<br />

es un encargo de primera clase».<br />

Nero giró la cabeza al otro lado. No espurreó, porque era un caballo bien educado.<br />

Pero no quería darle confianza a aquel Fofo.<br />

Venía de una caballeriza principesca, donde era posible reflejarse en los muros:<br />

heniles de haya, cascabeles de latón, divisorios acolchados con cuero y montantes con las<br />

manzanillas relucientes.<br />

El joven príncipe, ahora completamente aficionado a aquellas carrozas ruidosas que<br />

desprenden mal olor (¡paciencia!), y también humo desde la parte trasera y se escapan<br />

solas, no contento con haber corrido ya tres veces el riesgo de romperse el cuello, en<br />

cuanto la vieja princesa (que de aquellas carrozas endiabladas, ¡oh, bendita!, no había<br />

querido nunca saber nada) había sufrido una parálisis, se había deshecho rápidamente de<br />

Nero y también de Corbino, los últimos que quedaban en la caballeriza para el plácido<br />

landó de su madre.<br />

¡Pobre Corbino, quién sabe dónde había ido a parar, después de tantos años de<br />

honrado servicio!<br />

El buen Giuseppe, el viejo cochero, les había prometido que, cuando con los otros<br />

sirvientes de confianza, le tocara ir a besar la mano de la princesa, relegada para siempre<br />

en un sillón, intercedería por ellos.<br />

¿Qué? De la manera en que el buen viejo, al volver poco después, les había<br />

acariciado el cuello y el costado, ambos caballos habían entendido de inmediato que la<br />

esperanza estaba perdida y que su destino había sido decidido. Serían vendidos.<br />

Y de hecho…<br />

Nero aún no entendía dónde había ido a parar. Mal, realmente muy mal, el lugar no<br />

estaba. Claro, no era la caballeriza de la princesa. Pero esta también era una buena<br />

caballeriza. Había más de veinte caballos, todos árabes y ancianos, pero con buena<br />

presencia, dignos, graves. ¡Oh, quizás demasiado graves!<br />

Nero dudaba de que ellos entendieran bien el oficio en el cual estaban empleados. Es<br />

más, le parecía como si todos estuvieran continuamente pensando en ello, sin llegar a una<br />

conclusión. Aquel balanceo lento de las largas colas, aquel raspar de pezuñas de vez en<br />

cuando: seguramente eran caballos pensativos.<br />

Solamente aquel Fofo estaba seguro, segurísimo, de haberlo entendido todo muy<br />

bien.<br />

¡Era un animal vulgar y presuntuoso!<br />

Caballo de regimiento en malas condiciones, descartado después de tres años de<br />

servicio, porque —a su decir— un patán, soldado de caballería, lo había desatado, no<br />

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