20.09.2017 Views

La vida desnuda - Luigi Pirandello

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

dijera la razón de la negativa de mi cuñado! Todavía soy un joven guapo: no puedes<br />

negarlo, simpaticón, no lo digo por decir. Bien: la hermana de mi cuñado ha tenido la<br />

mala inspiración de enamorarse de mí, pobrecita. Óptimo gusto, pero poco<br />

discernimiento. Imagínate si yo… Basta. Se ha envenenado.<br />

—¿Ha muerto? —preguntó Mear, sorprendido.<br />

—No. Ha vomitado un poquito y ya está curada. Pero yo, entenderás, no he podido<br />

volver a entrar en casa de mi cuñado después de esta tragedia. ¿Comemos, Dios santo, sí<br />

o no? Yo estoy que no veo, por el hambre. ¡A comer!<br />

Poco después, comiendo, Gigi Mear, oprimido por las demostraciones de afecto del<br />

amigo, que lo ametrallaba con palabrotas y de milagro no le pegaba, empezó a<br />

preguntarle noticias de Padua y de este y de aquel, esperando que le saliera de la boca su<br />

propio nombre, por casualidad, o esperando al menos, en la exasperación que poco a poco<br />

crecía, conseguir distraerse de la fijación por entender algo, hablando de otros temas.<br />

—Y dime, ¿aquel Valverde, director del Banco de Italia, con aquella mujer bellísima<br />

y aquel magnífico monstruo de hermana, si no me equivoco, sigue en Padua?<br />

El amigo, frente a esta pregunta, se rio a mandíbula batiente.<br />

—¿Qué pasa? —dijo Mear, curioso—. ¿No es bizca?<br />

—¡Cállate! ¡Cállate! —dijo el otro, que no conseguía parar de reírse, como víctima<br />

de un ataque—. Muy bizca. Y con una nariz, Dios nos libre, por cuyos orificios se le<br />

puede ver el cerebro. ¡Es ella!<br />

—¿Ella, quién?<br />

—¡Mi mujer!<br />

Gigi Mear se quedó pasmado y apenas pudo balbucear unas disculpas tontas. Pero el<br />

otro empezó a reírse de nuevo y más fuerte que antes. Finalmente se calmó, frunció el<br />

ceño, suspiró profundamente.<br />

—Querido mío —dijo—, ¡hay heroísmos ignorados en la <strong>vida</strong> que la fantasía de<br />

poeta más desenfrenada nunca podrá concebir!<br />

—¡Eh, sí! —suspiró Mear—. Tienes razón… entiendo…<br />

—¡No entiendes nada! —negó enseguida el otro—. ¿Crees que yo quisiera hablar de<br />

mí? ¿Yo, el héroe? Más bien, podría ser la víctima. Y ni eso. El heroísmo ha sido el de mi<br />

cuñada: la mujer de Lucio Valverde. Escucha un poco: ciego, estúpido, imbécil…<br />

—¿Yo?<br />

—No, yo, yo: pude vanagloriarme de que la mujer de Lucio Valverde se había<br />

enamorado de mí, hasta el punto de provocarle una ofensa al marido que, en verdad,<br />

puedes creerlo, Gigin, se lo merecía. ¡Y qué! ¡Y qué! ¿Sabes qué era, en cambio?<br />

Desinteresado espíritu de sacrificio. Escucha. Valverde parte, o mejor, finge irse como<br />

suele hacer (confabulado, claro, con ella). Y ella entonces me recibe en casa. Llegado el<br />

momento trágico de la sorpresa, me empuja a la habitación de la cuñada bizca, quien,<br />

recibiéndome temblorosa y pudibunda, estaba también predispuesta a sacrificarse por la<br />

paz y el honor del hermano. Apenas tuve tiempo de gritar: «Pero, tenga paciencia, señora<br />

mía, cómo es posible que Lucio crea en serio… ». No pude terminar; Lucio irrumpió,<br />

furibundo, en la habitación, y el resto te lo puedes imaginar.<br />

—¿Cómo ocurrió? —exclamó Gigi Mear—. Tú, con tu espíritu…<br />

136

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!