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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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consagración de la hostia, para luego tragársela, con el gato que primero bromea con el<br />

ratón y luego se lo come.<br />

Edificaría la Nueva Iglesia. Ya pensaba en los capítulos de la Nueva Fe. Pensaba en<br />

ellos durante la noche, y los escribía. Pero antes había que encontrar el tesoro. ¿Cómo?<br />

Por medio de la sonámbula. Conocía a una, que lo ayudaba también a adivinar las<br />

enfermedades. Porque don Bartolo también curaba a los enfermos. Los curaba con unos<br />

brebajes extraídos de hierbas especiales, siempre según las indicaciones de aquella<br />

sonámbula.<br />

Se contaban milagros de curaciones. Pero don Bartolo no se enorgullecía de ello.<br />

Devolvía gratuitamente la salud del cuerpo a quien confiara en sus medios curativos.<br />

¡Tenía otras aspiraciones! Preparar a la gente para la salud del alma.<br />

Pero la gente aún no sabía bien si creerlo loco o timador. Había quien decía que<br />

estaba loco y quien aseguraba que era un embaucador. Seguramente era un hereje;<br />

endemoniado tal vez. El tugurio donde habitaba, en una finca de su propiedad cerca del<br />

camposanto, en el pueblo, parecía la oficina de un mago. Los campesinos de los<br />

alrededores iban allí por la noche, encapuchados y con una pequeña linterna en la mano,<br />

para que la sonámbula les enseñara el lugar exacto de unos tesoros escondidos, enterrados<br />

en los campos de los alrededores en la época de la revolución. Y temblaban mientras don<br />

Bartolo dormía a la sonámbula, mudo, espectral, con las manos suspendidas sobre la<br />

cabeza de ella, a la luz vacilante de una lámpara de aceite. Temblaban cuando, dejando en<br />

el tugurio a la mujer dormida, los invitaba a salir con él al aire libre y los hacía<br />

arrodillarse en la tierra <strong>desnuda</strong>, bajo el cielo estrellado; y, él también de rodillas, primero<br />

aguzaba el oído hacia los ruidos sumisos de la noche, después decía misteriosamente:<br />

—Sss… ¡Aquí está! ¡Aquí está!<br />

Y, levantando la frente, improvisaba oraciones extrañísimas, que a los presentes les<br />

parecían evocaciones diabólicas y blasfemas.<br />

Al volver al tugurio decía:<br />

—A Dios se le reza así, en su templo, con los grillos y con las ranas. ¡Ahora manos a<br />

la obra!<br />

Y si una termita se despertaba en el antiguo arcón que, colocado en un rincón, parecía<br />

un ataúd, o la llama de la lámpara crepitaba por un soplo de aire, un escalofrío recorría la<br />

espina dorsal de aquellos campesinos atentos y congelados por el miedo.<br />

Una vez encontrado el tesoro, surgiría la Nueva Iglesia, al aire libre y al sol, sin<br />

altares ni imágenes. Don Bartolo explicaba cada día lo que harían los nuevos sacerdotes a<br />

don Nuccio D’Alagna, el único que, al menos en apariencia, lo escuchaba sin rebelarse ni<br />

escapar tapándose los oídos con las manos.<br />

—¡Dejemos que Dios actúe! —decía solamente, con un suspiro, de vez en cuando.<br />

Pero don Bartolo le respondía enseguida:<br />

—¡Y un cuerno!<br />

Y le entregaba los capítulos de la Nueva Fe que escribía por la noche, para que los<br />

copiara, a tanto la página. También le traía comida y unas drogas mágicas para la hija<br />

enferma.<br />

Apenas don Bartolo se iba, don Nuccio se escapaba a la iglesia para pedirle perdón a<br />

Dios Padre, a Jesús, a la Virgen y a todos los Santos por lo que le tocaba escuchar, por las<br />

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