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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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habrá convencido a tu mujer de que me escribiera en aquellos términos, dándole a<br />

entender que la gente, de otro modo, podría hablar mal sobre ella y sobre mí.<br />

Así se ha asegurado que nadie más irá a molestarlo a casa de tu mujer.<br />

Pero luego, por otro lado, ha temido que yo, al sentirme expulsado, como respuesta,<br />

cerrara la boca de mi saquito de dinero, y entonces, ¿entiendes?, ha venido sonriendo a<br />

disculparse con excusas y ceremonias, que quieren ser caramelos para inducirme a pagar.<br />

—¡Quédese tranquilo, querido señor Postella! —le he dicho—. Quédese tranquilo y<br />

asegúrele a la señora que iré a molestarla muy raramente… —y estaba a punto de añadir:<br />

«Solo para darle algunas noticias a Momito».<br />

Y aquí han llegado las protestas calurosas del señor Postella, en las cuales ha<br />

considerado oportuno participar también su mujer, pero solamente con la mímica, casi<br />

para reforzar y volver más eficaces los gestos del maridito, que no necesitaba ayuda de<br />

palabras.<br />

Por la tarde he ido a tu casa para entenderme con tu mujer.<br />

¡Qué impresión, Momo, tu casa sin ti! ¡Nuestra casa sin nosotros, Momito! Nuestros<br />

muebles allí, inmediatamente después de la entrada, en el comedor, con el ventanal que<br />

da a la terraza… Aquella vieja mesa maciza, cuadrada, que compramos, Dios mío, hace<br />

treinta y dos años en aquella reventa de muebles, por tan poco… Al volver a verla,<br />

Momito, ahora, bajo la lámpara, con aquel sombrero rojo de papel de seda que tu mujer<br />

ha puesto a modo de pantalla (elegancias de mujercita nueva, que, lo sabes, me<br />

molestaron apenas tu mujer las introdujo, porque además, entre otras cosas, había que<br />

darse cuenta de que desentonaban con la sencillez ruda de una casa patriarcal como la<br />

nuestra). Basta, ¿qué decía? Ah, aquella mesa… al volver a verla… Tu lugar… Ragnetta<br />

estaba allí, ¿sabes? ¡Y me ha parecido más delgada, pobre animalito! Le he rascado un<br />

poco la cabeza, como hacías tú, detrás de las orejas. En el centro de la mesa, sobre la<br />

alfombra, he visto que estaba el florero de siempre, con claveles frescos. No he podido<br />

evitar notarlos, porque —entenderás— en una casa de donde ha salido un muerto apenas<br />

ocho días atrás… aquellas flores frescas… Pero quizás eran de las macetas de la terraza.<br />

De todas maneras, tu mujer hubiera podido pensar en recogerlos y ponerlos allí, en la<br />

mesa, y no delante de tu retrato en la cómoda.<br />

Basta. Apenas me vio, estalló en una explosión de llanto. Yo sentí como un sollozo<br />

en la garganta y de buena gana le hubiera dado un puñetazo en la cara al señor Postella,<br />

quien, señalándomela, como si estuviera explicando un fenómeno en una feria, ha<br />

exclamado:<br />

—Lleva ocho días así: no come, no duerme…<br />

«¡Y déjela llorar, señor mío, mientras lo desee!», casi quería gritarle.<br />

Ahora, yo no niego que la noticia del señor Postella pueda ser verdadera, pero, ¿por<br />

qué ha querido dármela? ¿Acaso ha sospechado que no quería creérmelo? Entonces,<br />

¿puede no ser cierto? Oh, Dios, cómo son de imbéciles a menudo las personas listas.<br />

—No puedo darle ánimos, querida Giulia, porque estoy más desconsolado que usted<br />

—le he dicho a tu mujer—. Llore, llore, ya que usted tiene este bendito don de las<br />

lágrimas: Momo merece muchas.<br />

He oído en este punto un suspirón de tu cuñada, que estaba con las manos<br />

entrelazadas en el vientre y me he interrumpido para mirarla. En cambio ella ha mirado,<br />

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