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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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llevara allí, a Calabria, prometiéndole un cheque; pero la tía le había suplicado al barón<br />

que esperara al menos a que la sobrina se librara de su peso, en Roma, para no enfrentarse<br />

a un escándalo en un pueblo pequeño, y Barni había cedido, pero a condición de que su<br />

hijo Riccardo no supiera nada de ello y las creyera ya fuera de Roma. Después del parto<br />

Raffaella no había querido volver a Calabria; entonces el barón, enfurecido, había<br />

amenazado con cancelarle el cheque, y de hecho se lo había quitado, después del intento<br />

de suicidio. Riccardo se había ido a Florencia; ella, salvada de milagro, se había puesto a<br />

hacer de aprendiza de una costurera para mantenerse a ella y a la tía. Había pasado un<br />

año; Riccardo había vuelto a Roma, pero ni había intentado volver a verlo. Al fracasar el<br />

propósito violento, había decidido dejarse morir poco a poco. <strong>La</strong> tía, un día, había perdido<br />

la paciencia y había vuelto a Calabria. Un mes antes, durante un desmayo en casa de la<br />

costurera para quien trabajaba, había sido llevada al hospital y había sido internada para<br />

curarse de la anemia.<br />

El día anterior, mientras tanto, desde su cama, Raffaella Òsimo había visto pasar por<br />

el pasillo a los estudiantes de Medicina que asistían al curso de Semiótica, y entre estos<br />

estudiantes había vuelto a ver, después de casi dos años, a Riccardo, acompañado por una<br />

joven que tenía que ser estudiante ella también, rubia, guapa, extranjera por el aspecto.<br />

Por la manera en que él la miraba… ¡Ah, Raffaella no podía engañarse!, se veía<br />

claramente que estaba enamorado. Y cómo le sonreía ella, casi pendiendo de los ojos de<br />

él…<br />

Los había seguido con los ojos hasta el fondo del pasillo, luego se había quedado con<br />

la mirada extraviada, apoyada sobre un codo. Nannina, su vecina de cama, se había<br />

puesto a reír.<br />

—¿Qué has visto?<br />

—Nada…<br />

Y había sonreído ella también, volviendo a abandonarse en la cama, porque el<br />

corazón le latía como si quisiera saltarle del pecho.<br />

Después la jefe de sala había venido para invitar a Nannina a que se vistiera, porque<br />

el profesor la quería para la clase con sus estudiantes.<br />

—¿Y qué tienen que hacerme? —había preguntado Nannina.<br />

—¡Te comerán! ¿Qué quieres que te hagan? —le había contestado la enfermera—. Te<br />

toca, mañana les tocará a las demás. Igualmente, tú mañana te vas.<br />

Al principio Raffaella había temblado, pensando que le podía tocar a ella también.<br />

Ah, tan decaída, tan desamparada, ¿cómo presentarse ante él? Cuando la belleza se ha<br />

desvanecido por ciertos errores, no hay lugar para la compasión ni para la conmiseración.<br />

Claro, los compañeros de Riccardo, al verla tan demacrada, lo habrían ridiculizado:<br />

—¿Qué? ¿Has estado con esa largartita?<br />

No sería una venganza. Ni ella, por otro lado, quería vengarse de él.<br />

Pero cuando, después de casi media hora, Nannina había vuelto a su cama y le había<br />

explicado qué le habían hecho allí y le había mostrado el cuerpo todo marcado, Raffaella<br />

súbitamente había cambiado de idea, y ahí estaba, ardiendo de impaciencia ahora,<br />

esperando la llegada de los estudiantes.<br />

Llegaron, al final, hacia las diez. Riccardo estaba allí y, como el otro día, al lado de la<br />

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