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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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También el cochero en el pescante se rio. Y entonces Imbrò le dijo:<br />

—Tonto, ¿aún estás ahí? ¡Vete! Te he dicho que te vayas.<br />

—Espera —dijo entonces Ciunna, sacando el monedero del bolsillo del pecho.<br />

—Pago por adelantado.<br />

Pero Imbrò le retuvo del brazo:<br />

—¡Nunca se sabe! ¡Pagar y morir: hay que hacerlo lo más tarde que se pueda!<br />

—No: por adelantado —insistió Ciunna—. Tengo que pagar por adelantado. Si me<br />

entretengo, aunque sea un poco, en este país de caballeros, como comprenderás, hay<br />

peligro de que me roben hasta las suelas de los zapatos apenas levante el pie para<br />

caminar.<br />

—¡Aquí está mi viejo maestro! ¡Al fin le reconozco! Pague, pague y vámonos.<br />

Ciunna meneó levemente la cabeza, con una sonrisa amarga en los labios; pagó al<br />

cochero y luego le preguntó a Imbrò:<br />

—¿Dónde me llevas? Ojo, que solo dispongo de media hora.<br />

—Usted bromea. <strong>La</strong> carroza está pagada: puede esperar hasta la noche. No hay «no»<br />

que valga: ahora organizo yo el día. ¿Lo ve? Llevo el bolso conmigo, iba a darme un<br />

baño. Venga conmigo.<br />

—¡Ni en sueños! —negó enérgicamente Ciunna—. ¿Yo, un baño? ¿Qué baño?<br />

Tino Imbrò lo miró maravillado:<br />

—¿Hidrofobia?<br />

—No, oye —replicó Ciunna, plantando los pies como un mulo—. Si he dicho que no,<br />

es que no. ¡El baño, si es el caso, me lo daré más tarde, querido mío!<br />

—¡Pero esta es la hora! —replicó Imbrò—. Un buen baño y luego con mucho apetito<br />

vamos corriendo al Leon d’oro: ¡comilona y lingotazo! ¡Déjese servir!<br />

—¡Un festín, incluso! ¡Qué! Me haces reír. Entre otras cosas, ves, voy desprovisto de<br />

todo: no llevo bañador, no llevo albornoz. ¡Aún me importa la decencia!<br />

—¡Vamos! —exclamó aquel, arrastrando a Ciunna por un brazo—. Encontrará todo<br />

lo necesario en las tiendas de la rotonda.<br />

Ciunna se sometió a la vivaz y cariñosa tiranía del joven.<br />

Poco después, encerrado en el vestuario de los baños, se dejó caer en una silla y<br />

apoyó la cabeza colgante en la pared de vigas, con todos los miembros abandonados y un<br />

sufrimiento casi rabioso impreso en el rostro.<br />

—Una pequeña degustación del elemento —murmuró.<br />

Sintió golpear las vigas del vestuario de al lado y la voz de Imbrò que decía:<br />

—¿Listo? Ya me he puesto el bañador. ¡Tino con las bellas piernas al aire!<br />

Ciunna se levantó:<br />

—Ya voy. Me desvisto.<br />

Empezó a hacerlo. Al sacar el reloj del bolsillo del chaleco, para esconderlo<br />

prudentemente dentro de un zapato, quiso ver la hora. Eran casi las nueve y media y<br />

pensó: «¡Una hora ganada!».<br />

Bajaba por la escalera mojada, vencido por la sensación del frío.<br />

—¡Abajo, abajo, al agua! —le gritó Imbrò, que ya había saltado y amenazaba con<br />

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