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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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calma y orden: escúcheme.<br />

Y mientras ella, casi atontada, se ocupaba de llamar a la sirvienta, el doctor, después<br />

de quitarse el sombrero, se pasó una mano temblorosa por la frente como si se esforzara<br />

en recordar algo; luego, reanimándose, se desabrochó con prisa la americana y sacó el<br />

tarjetero del bolsillo del pecho y sacudió la pluma varias veces, pensando en las órdenes<br />

que tenía que escribir.<br />

Adriana volvió con la sirvienta.<br />

—Aquí está —dijo Vocalòpulo, escribiendo. Y, apenas terminó—: Vaya enseguida a<br />

la farmacia más cercana… Los frascos… No, no, váyase, se los dará el farmacéutico. Le<br />

aconsejo que vaya con rapidez.<br />

—¿Es muy grave, doctor? —preguntó Adriana, con expresión tímida y apasionada,<br />

como para hacerse perdonar la insistencia.<br />

—Le repito que no. Esperemos. —le contestó Vocalòpulo y, para evitar otras<br />

preguntas, añadió—: ¿Quiere enseñarme la habitación?<br />

—Sí, sí, sígame…<br />

Pero, apenas entraron en la habitación, ella preguntó de nuevo, temblando:<br />

—Pero, doctor, ¿usted no estaba con Tommaso? También asisten dos médicos a los<br />

duelos…<br />

—Habría que mover la cama un poco más hacia este lado… —observó el doctor,<br />

como si no hubiera entendido.<br />

En aquel momento, un niño bellísimo, con el rostro audaz, de pelo moreno, largo y<br />

rizado, revoloteando, entró corriendo.<br />

—¡Mamá, hay una camilla! Cuánta gente…<br />

Vio al médico y, confundido, mortificado, se paró de repente en medio de la<br />

habitación.<br />

<strong>La</strong> madre dio un grito y apartó al niño para correr detrás del doctor. En la puerta este<br />

se giró y la retuvo:<br />

—¡Quédese aquí, señora: sea buena! Voy yo, no dude… Con su llanto le podría hacer<br />

daño…<br />

Entonces Adriana se agachó para estrechar a su hijo, que se había agarrado a su<br />

vestido, fuerte contra su pecho y rompió a llorar.<br />

—¿Por qué, mamá, por qué? —preguntaba el niño sorprendido, sin entender, llorando<br />

también.<br />

II<br />

A los pies de la escalera, el doctor recibió la camilla llevada por cuatro miembros de<br />

la asociación de socorro público, mientras dos agentes de policía, ayudados por el portero,<br />

impedían que una multitud de curiosos entrara.<br />

—¡Doctor Vocalòpulo! —gritaba un joven entre la gente.<br />

El doctor se giró y les gritó a su vez a los guardias:<br />

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