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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Vannetti, afligido, hizo una reverencia. Le pareció que Orsani, para quitárselo de<br />

encima, hubiera querido hacer una alusión, realmente poco delicada, a su ojo de cristal.<br />

Bertone volvió a entrar en el estudio, con un aire perdido.<br />

—En el archivador del estante de tu escritorio —le dijo Gabriele—, a la letra Z…<br />

—¿<strong>La</strong>s cuentas de la azufrera? —preguntó Bertone.<br />

—<strong>La</strong>s últimas, después de la construcción del plano inclinado…<br />

Carlo Bertone inclinó la cabeza varias veces:<br />

—<strong>La</strong> he tenido en cuenta.<br />

Orsani escrutó los ojos del viejo empleado; frunció el ceño, absorto, luego le<br />

preguntó:<br />

—¿Y bien?<br />

Bertone, con embarazo, miró a Vannetti.<br />

Entonces este entendió que molestaba en aquel momento y con sus modales<br />

ceremoniosos, se despidió.<br />

—No se necesita nada más de mí. Lo he entendido al vuelo. Me retiro. Quiere decir<br />

que, si no le molesta, voy a comer un bocadito por aquí zerca y vuelvo. No se preocupe.<br />

No se moleste, ¡por Dios! Conozco el camino. Hasta luego.<br />

II<br />

—¿Y bien? —le preguntó de nuevo Gabriele Orsani al viejo empleado, apenas<br />

Vannetti se fue.<br />

—Aquella… aquella construcción… justo ahora —contestó Bertone, casi<br />

balbuceando.<br />

Gabriele se irritó.<br />

—¿Cuántas veces me lo has dicho?¿Qué querías hacer, por otro lado? Rescindir el<br />

contrato, ¿no es cierto? Si para todos los acreedores aquella azufrera representa todavía la<br />

esperanza de mi solvencia… ¡Lo sé! ¡Lo sé! Han sido más de cien mil liras tiradas así, en<br />

este momento, sin fruto… ¡Lo sé mejor que tú!… No me hagas gritar…<br />

Bertone se pasó varias veces las manos por los ojos cansados; luego, dándose<br />

manotazos sobre la manga donde no había ni sombra de polvo, dijo despacio, como a sí<br />

mismo:<br />

—Si hubiera manera al menos de conseguir dinero para mover ahora toda aquella<br />

maquinaria, que… que ni ha sido pagada por completo. Y tenemos también el plazo de<br />

las letras de cambio del banco…<br />

Gabriele Orsani, que se había puesto a pasear por el estudio, con las manos en los<br />

bolsillos, absorto, se paró:<br />

—¿Cuánto?<br />

—Eh… —suspiró Bertone.<br />

—Eh… —repitió Gabriele; luego saltando—: ¡Oh, en fin! Dímelo todo. Habla<br />

francamente: ¿se acabó? ¿Fracaso? ¡Alabada y agradecida sea la buena y santa memoria<br />

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