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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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LA CAPILLA<br />

I<br />

Acostado al lado de su esposa, que ya dormía, girada hacia la camita donde dormían<br />

a su vez sus dos hijos, Spatolino primero dijo las oraciones habituales, luego entrecruzó<br />

las manos detrás de la nuca, se restregó los ojos y, sin pensar en ello, se puso a silbar,<br />

como hacía cada vez que una duda o un pensamiento lo atormentaba por dentro.<br />

—Fififí… fififí… fififí…<br />

No era precisamente un silbido, sino más bien un sonido sordo como el de un<br />

caramillo, producido con los labios, siempre con la misma cadencia.<br />

En cierto momento, la mujer se despertó:<br />

—¡Ah! ¡Así estamos! ¿Qué te ha pasado?<br />

—Nada. Duerme. Buenas noches.<br />

Se acostó, le dio la espalda a su esposa y se acurrucó él también de lado, para dormir.<br />

Pero, ¿qué dormir?<br />

—Fififí… fififí… fififí…<br />

Entonces su mujer extendió un brazo hacia la espalda de él, con el puño cerrado.<br />

—Oye, ¿quieres parar? ¡Cuidado con despertarme a los niños!<br />

—Tienes razón. ¡Cállate! Me duermo.<br />

Se esforzó realmente en expulsar de su mente aquel pensamiento tormentoso que se<br />

convertía así, dentro de él, como siempre, en un grillo cantante. Pero, cuando ya creía que<br />

lo había echado:<br />

—Fififí… fififí… fififí…<br />

Esta vez ni siquiera esperó a que su esposa le diera otro puñetazo, más fuerte que el<br />

anterior; saltó de la cama, exasperado.<br />

—¿Qué haces? ¿Adónde vas? —le preguntó ella.<br />

Y Spatolino:<br />

—¡Me visto, diablos! No puedo dormir. Me sentaré delante de la puerta, en la calle.<br />

¡Necesito aire! ¡Aire!<br />

—En fin —continuó la mujer—, ¿se puede saber qué diablos te pasa?<br />

—¿Que qué me pasa? Aquel canalla —prorrumpió entonces Spatolino, esforzándose<br />

en hablar en voz baja—, aquel bribón, aquel enemigo de Dios…<br />

—¿Quién? ¿Quién?<br />

—Ciancarella.<br />

—¿El notario?<br />

—Sí, él. Me ha convocado mañana a su villa.<br />

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