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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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¡REQUIEM AETERNAM DONA EIS, DOMINE! 30<br />

Eran doce. Diez hombres y dos mujeres, juntos en una misma misión. Con el cura<br />

que los conducía, sumaban trece.<br />

En la antesala, atestada de gente que esperaba, no había asientos para todos. Siete se<br />

habían quedado de pie, arrimados a la pared, detrás de los seis sentados, entre los cuales<br />

estaba el cura, en medio de las dos mujeres.<br />

Estas, con la esclavina de paño negra subida hasta los ojos, lloraban<br />

desconsoladamente. Y los ojos de los diez hombres, también los del cura, se empañaban<br />

por las lágrimas, apenas el llanto sumiso de las mujeres amenazaba con volverse más<br />

intenso, por el brote imprevisto de pensamientos que ellos adivinaban fácilmente.<br />

—Buenas… sed buenas… —las exhortaba entonces el cura, en voz baja, él también<br />

con la voz turbada.<br />

Ellas levantaban apenas la cabeza y descubrían los ojos arrasados por el llanto,<br />

dirigiendo una mirada rápida en derredor, llena de ansiedad turbia y esquiva.<br />

Todos, el cura incluido, exhalaban un hedor caprino mezclado con un indicio graso<br />

de abono, tan fuerte que los otros, esperando su turno, o retorcían el rostro, disgustados, o<br />

arrugaban la nariz; alguien incluso inflaba los carrillos y resoplaba.<br />

Pero ellos no se daban cuenta. Aquel era su olor y no lo advertían; el olor de su <strong>vida</strong>,<br />

entre los animales de pasto o de trabajo, en los campos lejanos, abrasados por el sol y sin<br />

un hilo de agua. Para no morirse de sed, cada mañana tenían que andar con las mulas<br />

millas y millas hasta un canal fangoso, al fondo del valle. Imagínense, pues, si podían<br />

desperdiciar agua en el aseo personal. Además estaban sudados por el largo camino; y la<br />

exasperación que los dominaba hacía que se desprendiera de sus cuerpos cierta acritud de<br />

ajo, que era el signo de su ser ferino.<br />

Y si se daban cuenta de aquellas muecas las atribuían a la enemistad de todos los<br />

señores, confabulados contra ellos en aquel momento.<br />

Llegaban desde las alturas rocosas del feudo de Màrgari, tras haber partido el día<br />

anterior; al frente el cura, violento, en medio de las dos mujeres; los otros diez detrás, en<br />

manada.<br />

El empedrado de las calles salpicó pavesas durante todo el día, a causa del hondo<br />

ruido de los zapatos tachonados de cuero bruto, macizos y deslizantes.<br />

En los duros rostros de campesinos —híspidos por la barba de varios días— y en los<br />

ojos de lobo —fijos en un intenso dolor tétrico— tenían una expresión torva, de rabia a<br />

duras penas contenida. Parecían movidos por la urgencia de una necesidad cruel, para la<br />

cual temían no encontrar otra salvación que no fuera la locura.<br />

Habían ido a ver al alcalde y a todos los asesores y consejeros del ayuntamiento;<br />

ahora, por segunda vez, volvían a la prefectura.<br />

El señor prefecto no había querido recibirlos el día anterior; pero ellos, en coro, entre<br />

llantos y gritos y gestos furiosos de imploración y de amenaza, habían expuesto su<br />

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