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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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encontrado un gran tumulto en la calle del Arco di Spoto, donde vivía, en las alturas de<br />

San Gerlando.<br />

Pocas horas antes, su mujer había sido sorprendida en flagrante adulterio con el<br />

caballero don Agatino Fiorìca.<br />

<strong>La</strong> señora doña Graziella Fiorìca, esposa del caballero —con los dedos llenos de<br />

anillos, las mejillas teñidas de uva turca y adornada con lazos como aquellas mulas que<br />

llevan, al son de los tambores, una carga de trigo a la iglesia— había guiado<br />

personalmente al delegado de seguridad pública, Spanó, y a dos guardias de la comisaría,<br />

hasta la calle de Arco di Spoto, para la constatación del adulterio.<br />

El vecindario no había podido esconderle la desgracia a Tararà, porque su mujer<br />

había sido retenida en la cárcel con el caballero durante toda la noche. A la mañana<br />

siguiente, Tararà la había visto reaparecer en la puerta de su casa y, antes de que las<br />

vecinas tuvieran tiempo de llegar, la había asaltado con la azuela en la mano y le había<br />

partido la cabeza.<br />

Quién sabe qué estaba leyendo ahora el canciller…<br />

Cuando terminó la lectura, el presidente invitó de nuevo al imputado a levantarse para<br />

el interrogatorio.<br />

—Imputado Argentu, ¿ha oído de qué lo acusan?<br />

Tararà apenas hizo un gesto con la mano y contestó, con su acostumbrada sonrisa:<br />

—Excelencia, para ser sincero, no he prestado atención.<br />

Entonces el presidente lo regañó con mucha severidad:<br />

—Usted es acusado de haber asesinado con un golpe de azuela, la mañana del 10 de<br />

diciembre de 1911, a Rosaria Femminella, su esposa. ¿Qué tiene que decir en su<br />

disculpa? Diríjase a los señores jurados y hable claramente y con el debido respeto por la<br />

justicia.<br />

Tararà se llevó una mano al pecho, para indicar que no tenía la mínima intención de<br />

faltarle el respeto a la justicia. Pero todos, en la sala, habían dispuesto sus almas para la<br />

alegría y lo miraban con la sonrisa ya lista, a la espera de su respuesta. Tararà lo advirtió<br />

y se quedó un buen rato suspendido y perdido.<br />

—Hable, en suma —lo exhortó el presidente—. Dígale a los señores jurados lo que<br />

tiene que decir.<br />

Tararà se encogió de hombros y dijo:<br />

—Mire, Excelencia; ustedes, señores, tienen estudios y habrán entendido lo que está<br />

escrito en estos papeles. Yo vivo en el campo, Excelencia. Pero si en estos papeles está<br />

escrito que he asesinado a mi mujer, es la verdad. Y dejemos de hablar del tema.<br />

Esta vez incluso el presidente estalló en una carcajada, sin querer.<br />

—¿Dejemos de hablar del tema? Espere y oirá, querido, hablaremos de ello…<br />

—Intento decir, Excelencia —explicó Tararà, volviendo a ponerse la mano en el<br />

pecho—, intento decir que lo he hecho, y basta. Lo he hecho… sí, Excelencia, me dirijo a<br />

los señores jurados, lo he hecho, precisamente, señores jurados, porque no he podido<br />

evitarlo; y basta.<br />

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