La vida desnuda - Luigi Pirandello

Y frotó el dedo índice con el pulgar de la mano derecha, para insinuar el porqué de
aquella grandeza.
—Siete meses después de las elecciones políticas, en Costanova, querido señor, aún
hierve, furioso, el desdén contra él, porque, pese a la oposición general, ha conseguido no
obstante ganar, con el bien pagado sufragio de las otras secciones electorales del colegio.
Las furias no se han evaporado porque Mazzarini, para vengarse, ha hecho enviar al
Ayuntamiento de Costanova… (apártese, apártese un poco, que me falta el aire) a un
comisario real. Muchas gracias. Por supuesto. Un comisario real. Algo… algo propio de
un gran momento… Eh, un comisario real…
Alargó una mano y, ante los ojos del forastero, que lo miraba maravillado, cerró los
dedos, dejando recto solamente el meñique, delgadísimo; puso los labios en punta y se
quedó un buen rato observando la uña lívida de aquel dedo.
—Costanova es un gran pueblo —dijo luego—. El universo, todo el universo, gravita
alrededor de Costanova. Las estrellas, desde el cielo, no hacen nada más que lanzarle
miradas a Costanova, y hay quien dice que se ríen; hay quien dice que suspiran por el
deseo de tener dentro de sí, cada una, una ciudad como Costanova. ¿Sabe de qué depende
el destino del universo? Del partido republicano de Costanova, que no puede llegar a nada
bueno, con Mazzarini de un lado y el ex alcalde Cappadona que se comporta como un
rey, del otro. Ahora el consejo comunal ha sido disuelto y como consecuencia todo el
universo está alterado. Ahí están, ¿los oye? El que grita más que nadie es Paroni, sí, aquel
con perilla, la corbata roja y el bombín; grita así porque quiere que la vida universal, y
también la muerte, estén al servicio de los republicanos de Costanova. La muerte también,
sí, señor. Pulino se ha matado… ¿Sabe quién era Pulino? Un pobre enfermo, como yo.
Somos muchos, en Costanova, los aquejados por esa enfermedad. Y tendríamos que
servir de algo. Cansado de sufrir, el pobre Pulino hoy se ha…
—¿Colgado?
—Del gancho de la lámpara de la cocina. Eh, pero así no, no me gusta. Ahorcarse
implica demasiada fatiga. Existe la pistola, querido señor. Es una muerte más rápida.
Bien; ¿oye qué dice Paroni? Dice que Pulino ha sido un imbécil, no porque se haya
ahorcado, sino porque, antes de ahorcarse, no ha ido a Roma a matar a Guido Mazzarini.
¡Ya! Para que Costanova, y como consecuencia para que el universo entero recuperaran el
aliento de nuevo. Cuando uno ya no sabe qué hacer con su vida, si no actúa así, es decir,
si antes de matarse no mata a un Mazzarini cualquiera, es un imbécil. Le hubiera pagado
el viaje, dice. Con permiso, querido señor.
Se levantó de golpe; desde abajo, con ambas manos, se apretó el chal alrededor del
rostro, hasta la visera del sombrero y, así arropado, encorvado, lanzando miradas al corro
de los gritones, salió de la cafetería.
Aquel forastero se quedó maravillado; lo siguió con los ojos hasta la puerta, luego se
dirigió al viejo camarero y le preguntó, consternadísimo:
—¿Quién es?
El viejo camarero movió la cabeza amargamente; se golpeó el pecho con un dedo, y
contestó, sonriendo:
—Él también… eh, podrá tirar adelante un poco más. ¡Son todos de la misma familia!
Dos hermanos y una hermana… Era estudiante. Se llama Fazio. Luca Fazio. Es culpa de
la madre, ¿sabe? Por dinero se casó con un tísico, sabiendo que era tísico. Ahora ella está
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