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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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que estaba a la derecha, no levantaba bien las patas delanteras. Los cuatro desaparecieron<br />

en la curva de la pista. Y don Giulio se quedó allí mirando, pero dentro de sí vio a su<br />

mujer, doña Livia, sobre un grueso y fogoso bayo. Ninguna mujer estaba tan guapa en<br />

una silla como la suya. Mirarla era un verdadero placer. ¡Era una jinete nata! Y con tanta<br />

pasión por los caballos, tan enemiga de las debilidades femeninas, ¿había ido a liarse con<br />

aquel Lulù Sacchi, blando, soso?… ¡Ver para creer!<br />

Absorto, caminó por las calles adonde sus pies lo llevaban. En cierto punto consultó<br />

el reloj y se apresuró a volver atrás. Ya eran casi las diez, ¡caramba! Y ahora se convertía<br />

en toda una empresa atravesar Via Sardegna para llegar a aquel portón del fondo.<br />

Seguramente su esposa no llegaría desde Via Veneto, sino desde allí abajo, por una<br />

perpendicular a Via Boncompagni. Pero existía el riesgo de que Lulù viniera por aquí y lo<br />

viera.<br />

Simulando desenvoltura, sin girarse, sino extendiendo la mirada hasta el fondo de la<br />

calle, Del Carpine andaba con tal palpitación que, provocándole un zumbido en las orejas,<br />

casi le quitaba el sentido del oído. A medida que avanzaba, el ansia le crecía. Pero ahí<br />

estaba el portón: unos pocos pasos… Y don Giulio estaba a punto de suspirar por el<br />

alivio, deslizándose dentro el portón, cuando…<br />

—¿Tú, aquí?<br />

Se asombró. Lulù Sacchi estaba en aquel mismo portón. Agachado, acariciaba a un<br />

perrito muy largo, muy bajito, con el pelo negro, y aquel perrito estaba alegre, contento,<br />

se retorcía, se estiraba, rascando con las patitas las piernas de él, o saltaba para llegar a<br />

lamerle el rostro. Pero, ¿aquel no era Liri? Sí, Liri, el perrito de su mujer.<br />

Lulù estaba pálido, alterado por la conmoción; tenía los ojos llenos de lágrimas,<br />

evidentemente por los mimos que le hacía el perrito, aquel animalito bueno, aquel<br />

animalito tan querido, que lo conocía bien y que le era fiel, ¡ah, él sí, él sí! No como su<br />

dueña, que era una mujer indigna, una mujer vil, sí, sí, querido Liri, también vil; porque<br />

una mujer que se lleva al apartamento pagado por su propio amante a otro amante, (que<br />

tiene que ser un miserable por fuerza, un sinvergüenza, un impostor) esa mujer, Liri, es<br />

vil, vil, vil.<br />

Eso decía Lulù Sacchi para sus adentros, acariciando al perrito y llorando por la<br />

deshonra y el dolor, antes de que Giulio del Carpine entrara en el portón, donde él<br />

también había venido a apostarse.<br />

Por una equivocación de la vieja sirvienta que iba a arreglar el apartamento después<br />

de las citas, Lulù había descubierto aquella infamia de doña Livia, y, viniendo a apostarse<br />

en el portón, había encontrado a Liri por la calle, que evidentemente su dueña habría<br />

perdido en el apuro por acudir a su encuentro.<br />

¡<strong>La</strong> presencia del perrito en aquella calle le había dado a Lulù Sacchi la prueba de que<br />

la traición era real, real! Él tampoco había querido creerlo, pero con más razón, porque tal<br />

indignidad superaba todos los límites. Y ahora se explicaba por qué ella no había querido<br />

que él tuviera la llave del apartamento y se la había quedado, en cambio, obligándolo<br />

cada vez a esperar en el estudio de escultura, a que ella llegara. ¡Oh, qué imbécil, estúpido<br />

y ciego había sido!<br />

Mientras tanto, el pobre Lulù podía esperarse de todo, menos que don Giulio Del<br />

Carpine viniera a sorprenderlo en su emboscada.<br />

Los dos hombres se miraron, asombrados. Lulù Sacchi no pensó que tenía los ojos<br />

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